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domingo, 29 de junio de 2014

Citas (II): Olga Orozco


ANTOLOGÍA

Olga Orozco (Toay, provincia de La Pampa, 1920- Buenos Aires, 1999)

Poesía en la Residencia

El 9 de junio de 1997, la poeta argentina Olga Orozco leyó en la Residencia de Estudiantes de Madrid una serie de poemas suyos, precedidos de un breve comentario sobre las cuestiones que la inquietaron a la largo de su obra creativa. 
Se reproducen aquí dos ejemplos:

“Al contrario de lo que sucede en muchos cuentos, donde la pregunta rompe el hechizo, en la poesía los encadena. `La pregunta es el hechizo del pensamiento´, dice Maurice Blanchot, y agrega: `La respuesta es la desgracia de la pregunta´. Y lo es porque la respuesta obliga a elegir, a optar por una desechando entonces infinitas solicitaciones. Nos enfrentamos otra vez con la realidad inmediata y sus dictaduras: el desnudo aquí, el obligatorio ahora, las limitaciones de un yo que quiere traspasar las fronteras  que le impone su propio cuerpo”


Lamento de Jonás
Este cuerpo tan denso con que clausuro todas las salidas,
este saco de sombras cosido a mis dos alas
no me impide pasar hasta el fondo de mí:
una noche cerrada donde vienen a dar todos los espejismos de la noche,
unas aguas absortas donde moja sus pies la esfinge de otro mundo.
Aquí suelo encontrar vestigios de otra edad,
fragmentos de panteones no disueltos por la sal de mi sangre,
oráculos y faunas aspirados por las cenizas de mi porvenir.
A veces aparecen continentes en vuelo, plumas de otros ropajes sumergidos;
a veces permanecen como el anuncio de la resurrección.
Pero es mejor no estar.
Porque hay trampas aquí.
Alguien juega a no estar cuando yo estoy
o me observa conmigo desde las madrigueras de cada soledad.
Alguien simula un foso entre el sueño y la piel para que me deslice hasta el último abismo de los otros
o me induce a escarbar debajo de mi sombra.
Es difícil salir.
Me tapian con un muro que solamente corre hacia nunca jamás;
me eligen para morir la duración
me anudan a las venas de un organismo ciego que me exhala y me aspira sin cesar.
Y el corazón, en tanto,
¿en dónde el corazón,
el tambor de nostalgias que convoca en tinieblas a todos los relevos?
Por no hablar de  este cuerpo,
de este guardián opaco que me transporta y me retiene
y me arroja consigo en una náusea desde los pies a la cabeza.
Soy mi propio rehén,
el pausado veneno del verdugo,
el pacto con la muerte.
¿Y quién ha dicho acaso que éste fuera un lugar para mí?

(Del libro Museo salvaje) (1974)

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“`La poesía es el deseo del amor realizado que continúa siendo deseo´, dice René Char. Para mí, la poesía es el deseo del amor nunca realizado que continúa siendo deseo; pero este deseo, esta forma de ausencia no colmada que se prolonga de poema en poema es un conflicto entre la poesía y el poeta, y eso no impide celebrar el esplendor del mundo. La plenitud que no se alcanza por la palabra, que no se realiza en el papel, se consigue, se cumple en el espíritu mismo, en la intensidad de lo vivido”.


Himno de alabanza
¿Y por qué no he de cantar también yo un himno de alabanza,
aunque casi todos los que amé sean ahora igual que la hojarasca
que se arremolina alrededor del viento
y no puedan jactarse ni siquiera de poder arrojar su propia sombra?
Por todo lo perdido, ¿acaso contrariaste mi voluntad de dicha
o volví del revés los pasos que me habías señalado?
Si celebré con llanto mis bodas con la noche, ¿fue por seguir mi vocación de abismo
o porque me cubriste con sábanas de tinieblas cada día?
Para nadie la culpa ni para mí el castigo.
Fue solamente porque calló una estrella
o porque se precipitaron bajo la luna errónea las mareas.
Es la misma señal, el mismo asombro con que sigo cayendo en la espesura,
aquí, desde tu mano.
¿Y no he de cantar por eso un himno de alabanza?
Te agradezco estos ojos que se agrandan para ver tu escritura secreta en cada piedra;
esta boca con el sabor de “siempre”, “tal vez”, y “nunca más”;
las manos y la piel donde arrojan su aliento los emisarios de territorios invisibles;
el perfume de la estación que pasa, su ráfaga hechicera ceñida a mi garganta,
y el reclamo insistente del sonido que atruena con el cuerno para las cacerías.
¡Ah, sentidos, mis guardianes insomnes,
refugios instantáneos de un mundo improbable y sin fondo, como yo!
Desde lo más profundo de mi estupor y mi deslumbramiento, yo te celebro,
cuerpo, suntuoso comensal en esta mesa de dones fugitivos,
a ti, protagonista de paso en cada historia del amor que no muere,
intermediario heroico en todas las batallas de la tierra y el cielo,
tú, mi costado de inevitable realidad,
delator de intemperies y fronteras, siempre bajo un puñal,
entre el relámpago de la tentación y el tajo de la herida.
A pesar de tu corazón irascible, yo te bendigo, mar, bestia obstinada;
en tu acechanza y en tu lejanía pasa el relato del diluvio y mi risa infantil,
junto con ese cielo con que sueñas en cada una de tus olas,
en cada balanceo, como yo en el vaivén de mi respiración.
Guárdame en tu memoria como un guijarro más,
como a un hueso perdido y a estos nombres escritos en la arena,
para velar contigo hasta el último día en el insomnio de la inmensidad.
Gracias te doy, hormiga, modelo de mis viajes en las exploraciones imposibles,
y a la torcaza por la incesante queja que acompañó mis lágrimas y duelos;
agradezco a la hierba la tierna protección para mis pies furtivos
y a ti, brizna en el viento, por todo el imprevisible porvenir;
bendita seas, sombra generosa, sumisa a tanto error y a tantas sombras,
y también tú, mi silla, guardiana infatigable frente a la espera y a la lejanía.
Yo te celebro, ráfaga, lluvia, enredadera,
murmullo enamorado del silencio que habita entre las piedras.
¿O no puedo cantar, amor, la noche de tu ausencia y el filo de tu espada?
¿Quién no lleva en la punta de su arpón una ballena blanca?

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Este poema, inédito en el momento en que lo leyó su autora en la Residencia de Estudiantes, se publicó al año siguiente en la antología Eclipses y fulgores (Lumen, 1998), y posteriormente en el libro Últimos poemas (Bruguera, 2009), y consta naturalmente en la edición de Poesía completa de Olga Orozco  (Adriana Hidalgo, 2012)
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