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domingo, 29 de junio de 2014

Aguafuertes argentinas: (I) Huellas del origen

Un domingo lluvioso del mes pasado en la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires, cerca de la Estación Retiro. La quietud y el silencio son allí extraños, ya que de lunes a sábado atruena el paso constante de camiones cargados de mercancías. También es extraño el edificio al que nos acercamos a pie, que tiene grabada en la piedra su identificación desde hace décadas: Hotel de Inmigrantes. No sólo es literario el nombre de esa elegante mole gris, rodeada de parque, sino que el sector que está restaurado y alberga ahora el Museo de la Inmigración, linda con grandes espacios vacíos que parecen detenidos en el tiempo, ni ocupados ni abandonados, unidos por escaleras inmensas e iluminados durante el día por grandes ventanales. Allí desembarcaron, a comienzos del siglo XX, decenas de miles de inmigrantes europeos que se alojaron transitoriamente en el edificio antes de iniciar su destino sudamericano.


Esa masa de viajeros, integrada por familias pobres pero no miserables --dejaban en sus países situaciones de precariedad, pero podían pagarse dificultosamente el billete en segunda o tercera clase en los grandes transatlánticos--, se renovaba con la llegada de nuevos barcos procedentes de Nápoles, Génova o Cádiz, que traían no sólo a italianos y españoles sino también a emigrantes del centro y el este de Europa. En el Hotel de Inmigrantes estaba previsto que pasaran el primer control con su precaria documentación personal, que recibieran alguna atención médica y que permanecieran durante cinco días alojados (un plazo que se extendía en casos especiales), antes de dispersarse por el país despoblado que los recibía, una incierta tierra de promisión en la que su nueva historia personal y familiar empezaría a dibujarse.







PASADO Y PRESENTE
Llegada de un barco con inmigrantes al puerto de Buenos Aires. Gran comedor del Hotel.
Zona lateral del edificio, donde está el Museo de la Inmigración. Entrada del mismo, que también alberga
un Centro de Arte Contemporáneo.


El edificio del Hotel de Inmigrantes, construido en 1911 con criterios modernos para la época, sustituyó a otras instalaciones más precarias que desde finales del siglo XIX cumplían la misma función en otros lugares de Buenos Aires, pero que resultaron insuficientes para recibir a la creciente ola migratoria que Argentina demandaba, y que se intensificó con el comienzo del nuevo siglo.  Es evidente que esta densa y masiva epopeya se ha ido consolidando con las décadas como uno de los núcleos de identificación más perfilados que el país tiene sobre sí mismo, y que en ocasiones adquiere un abusivo carácter de exclusividad. A diferencia de los latinoamericanos que proceden de sustratos civilizatorios prehispánicos milenarios, como el de los mayas o los aztecas, se dice, los argentinos descienden de los barcos.

Nada más ilustrativo al respecto que el Hotel de Inmigrantes. Todo el edificio fue declarado monumento histórico en 1990 y pertenece al Estado nacional que, hace pocos años, encargó a la Universidad Nacional de Tres de Febrero la concepción y realización del Museo de la Inmigración que ahora puede visitarse.  Como en los muchos museos de este tipo que existen en Europa y América, el de Buenos Aires expone con pulcritud documental fotografías de época, objetos usados en el lugar, recortes de periódicos, datos de los censos de población, fichas de identificación de los inmigrantes, maquetas de los barcos y carteles de las compañías navieras que hacían el viaje --en no menos de un mes--, entre otros elementos. También se exhiben réplicas de las camas metálicas blancas en las que familias enteras dormían en los enormes pabellones del edificio, que tenía también un gran comedor.


El inmenso Río de la Plata está cerca del Hotel de Inmigrantes, pero no se ve desde la entrada del Museo y apenas se avizora desde las ventanas de las plantas altas del edificio. Sin embargo, a pocos metros de allí estaba el desembarcadero por el que miles de extranjeros pisaron por primera vez tierra americana. En la recepción del Museo, seguramente teniendo en cuenta que muchos de los visitantes son nietos o bisnietos de aquéllos, se puede consultar una base de datos en la que están incorporados los nombres de los inmigrantes llegados entre 1882 y 1950, con algunas señas básicas: día y año del arribo, embarcación, país de procedencia y oficio. Esas mismas informaciones pueden obtenerse en la página web del Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos (1). 






MUSEO DE LA HISTORIA
Familias de inmigrantes en uno de los pabellones; dormitorio del Hotel; reconstrucción de las camas en una de las salas del Museo; censo de población de 1869, cuando comienza el flujo migratorio. En 1895, un millón de habitantes, un tercio de la población, eran extranjeros: en primer lugar, italianos, el doble que los españoles, que ocupaban un segundo lugar. 

Por su edad y aspiraciones, aún aquellas más elementales, la mayor parte de los llegados al nuevo país tenía más futuro que pasado, y esas energías para sobreponerse a las dificultades buscando un objetivo fueron probablemente un componente decisivo para forjar una idiosincrasia particular, en medio de los desafíos históricos, geográficos o idiomáticos de un país tan vasto y diverso. Si bien no todos los que llegaron en esas décadas entraron por el Hotel de Inmigrantes, la mayor parte de las familias que salieron de allí fueron a trabajar la tierra en la Pampa húmeda y en la llanura mesopotámica, o a poblar desiertos patagónicos.

En la presentación del Museo, además de una breve sinopsis de las causas que motivaron las masivas migraciones de esa época, se explican las cuatro fases –viaje, arribo, inserción y legado— en que está organizado el material expositivo. Se privilegia así la importancia que tuvo la inmigración para el país organizado en torno de 1880 y se define como “falsa contradicción” el hecho de oponer este origen aluvional a la ausencia de “una historia propia y milenaria”: “Si bien provenimos de distintos orígenes, todos asumimos la historia y la utopía de nuestra América”. Esta, se verá, es sólo una parte de la cuestión.

Hay efectivamente en el Hotel de Inmigrantes una carga simbólica poderosa pero ausente. El edificio tiene, un siglo después de haber sido inaugurado, una carga fantasmal, derivada del eco imaginario de miles de historias de vida. Las huellas documentales bien dispuestas y los datos básicos sobre cómo funcionaba este lugar se acogida (2) se completan con la proyección de vídeos en los que inmigrantes de hoy, que llegan a Buenos Aires desde los países limítrofes –y también desde lejanos parajes asiáticos— cuentan sus experiencias. Es un círculo que asciende en espiral,  pero no se cierra. A pocos metros del Museo, en los días laborables, hay un nervioso deambular de extranjeros, ya que en la zona siguen estando las oficinas de migraciones en las que se solicitan o renuevan documentos para permanecer legalmente en el país.

LOS NUEVOS INMIGRANTES
Un relato contemporáneo

Entre la llegada de los primeros inmigrantes, en el último tercio del XIX --un siglo que incluyó la Independencia de la metrópolis española, las guerras civiles y el expolio y eliminación de los indígenas— y el actual desplazamiento migratorio en la era de la mundialización virtual, transcurre una compleja y enconada historia social. Si bien la materia de un museo de la inmigración es muy variada, al básico aspecto documental y conmemorativo debería añadirse una articulación: una línea de debates sobre la formación del país, tan reciente y conflictiva, que por otra parte está presente fuera del museo en controversias, investigaciones, obras literarias y cinematográficas o acciones reivindicativas de una parte de la sociedad. Eso ayudaría tal vez a comprender el humus antropológico sobre el cual se fue asentando una nación de la que los inmigrantes han sido parte esencial.

VENTANA DEL HOTEL DE INMIGRANTES
Vista del Río de la Plata, donde atracaba los transatlánticos al llegar a Buenos Aires.

Tierra adentro. Una literatura amplia y variada da cuenta de esa peripecia vital y social, incluida la de las migraciones internas del siglo XX, durante la fase de industrialización del país. Menos amplia y profunda es la que refleja el mundo previo a la inmigración, sobre todo la crucial “Conquista del Desierto”, el despliegue de campañas militares emprendidas a finales del siglo XIX por el reciente Estado nacional para ampliar sus fronteras apropiándose de nuevos territorios, al precio de la eliminación o el desplazamiento masivo de los aborígenes que vivían secularmente en ellos.


Sobre esta cuestión, cuya reciente reaparición no hace más que reflejar un conflicto largamente distorsionado, se difundió el año pasado en Buenos Aires y otros lugares del país una interesante película documental –Tierra adentro— en la que descendientes de los protagonistas de aquella operación vuelven a rastrear sobre el terreno las huellas culturales –idiomáticas, memorialísticas, iconográficas— del acontecimiento. En la película dirigida por Ulises de la Orden,  estructurada como un viaje y una investigación, una joven descendiente de mapuches, el tataranieto de un general de la campaña, un historiador y un periodista, indagan desde la perspectiva del presente las diferentes miradas acerca de esa historia de ocultamientos y revelaciones (3).


"TIERRA ADENTRO"
Varias miradas sobre la "Conquista del Desierto"
Si bien lo ocurrido en esa época ha sido crucial para abrir un debate público sobre la forma en que el país percibe sus antecedentes aborígenes, la cuestión se remonta mucho más atrás. En un libro de reciente aparición, La Argentina aborigen (4), el historiador Raúl Mandrini sistematiza la historia de estas sociedades en el actual territorio argentino, desde los primeros pobladores, llegados hace alrededor de 13.000 años, hasta la incorporación al Estado nacional de los últimos enclaves indígenas independientes, a comienzos del siglo XX.

El propósito de este trabajo es corregir unas ideas a juicio del autor erróneas, pero muy extendidas: “Normalmente se piensa que el pasado de los pueblos originarios es corto y que su presencia en el continente es reciente; que esas poblaciones son relativamente homogéneas –`cuando se ha visto a un indio se los ha visto a todos´, proclamaban los hermanos Ulloa en el siglo XVIII--; que se trata de sociedades estáticas, sin cambios apreciables a lo largo del tiempo y por lo tanto sin historia  (…) El acercamiento a su historia nos va a mostrar lo contrario: una antigüedad que se remonta a los momentos finales de la última Edad del Hielo, gran diversidad y heterogeneidad, profundos cambios a lo largo del tiempo, complejidad social y cultural.” Se trata de una reconstrucción basada principalmente en testimonios arqueológicos. Persiste, sin embargo, el problema de las fuentes y de la ausencia de documentos escritos hasta iniciada la Conquista, por lo que “nuestro conocimiento actual ", advierte Mandrini, "es provisional y está sujeto a revisión”.

También en este terreno, la inmigración de los pioneros cumplió un papel. Por ejemplo, en el sur de la Patagonia, en la zona de Tierra del Fuego, que fue habitada por los indios yámanas y los onas, sólo quedan algunos vestigios,  expuestos en Ushuaia, que permiten reconstruir su organización social y cultural. Y el libro más completo para acceder a su lengua, que era de una gran riqueza terminológica y sintáctica, es un diccionario yámana-inglés de 32 mil palabras, que fue elaborado por Thomas Bridges, un misionero anglicano que se aventuró a llegar a este confín del planeta y fue de los primeros en establecerse allí y en convivir con sus pobladores.

Todos estos elementos sirven para rastrear unos antecedentes visibles en muchos lugares del país, que se filtran en rostros,  miradas, color de piel, giros coloquiales, dialectos, entonación del castellano e imaginarios sincréticos. Remiten, finalmente, a una memoria argentina estructurada como palimpsesto, cuyas capas ausentes, borradas y reescritas nos hablan de un viaje del que sólo se reconocen las últimas etapas, las del país concebido a finales del siglo XIX, poblado por criollos y europeos. En su interior late sin embargo un texto desplazado: origen milenario borroso hasta la inexistencia,  duro mestizaje tras la Conquista española, sangre seca de distintas batallas, intrahistorias del presente, del país joven  –se diría adolescente— que en el Hotel de Inmigrantes tuvo su emblema y su morada.

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1.Base de datos del Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos:

Estadísticas de la inmigración europea:

Inmigración de los países limítrofes:

2. Tierra adentro, dirigida por Ulises de la Orden. Con Mariano Nagy, Pablo Humaña Llancaqueo, Annahí Mariluán, Alfredo Seguel y Marcos O´Farrell. Polo Sur Films, 2011.

Trailer oficial: 2 minutos 18 segundos:

Película completa: 1 hora 43 minutos:

3. La Argentina aborigen. De los primeros pobladores  a 1910. Autor: Raúl Mandrini. Siglo XXI Editores, 2012.