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martes, 4 de noviembre de 2014

`V.O.´: Victoria Ocampo, personaje musical

En la personalidad de la escritora Victoria Ocampo, que su Autobiografía y sus Testimonios se encargan de revelar, aparece la relación con la música y los músicos  como algo que desbordaba la educación convencional que, en esa y otras materias, había recibido como joven de la alta sociedad  al despuntar el siglo XX. “Lo único que me gusta con pasión es la música”, decía, siendo muy joven, la fundadora y directora de la emblemática revista Sur.

En uno de sus frecuentes viajes a París, hace ahora un siglo, una Victoria Ocampo de 23 años presenció, en el Teatro de los Campos Elíseos, el estreno de La consagración de la primavera, ballet en dos partes con música del compositor ruso Igor Stravinski, en medio del muy conocido escándalo que desató entre el público ese espectáculo de los Ballets Rusos de Serguei Diaguilev, con coreografía de Vaslav Nijinsky. “Asistí, en primera fila de platea, al tumulto del Sacré du Printemps.  Al final de la cuarta representación, creo que fui a todas, vi a Stravinski pálido, saludando a ese público que aplaudía l´Oiseau de feu y silbaba despiadadamente el Sacré”. Según su relato, la conmoción fue inmediata y la llevó a comprar la partitura y alquilar un piano para tocar la obra en su residencia parisiense: “No sabía bien qué me atraía en ese galimatías de notas  y en ese ritmo brutal de cataclismo”, escribió, aunque esa música “me hablaba de un genio”.  Stravinski tenía entonces 31 años. (1).

Para el centenario de aquel acontecimiento inaugural del 29 de mayo de 1913,  el Centro de Experimentación del Teatro Colón encargó una obra a la ensayista y crítica literaria Beatriz Sarlo y al músico Martín Bauer. El resultado, V.O., que tiene como centro la figura de Victoria Ocampo, fue estrenado el año pasado y repuesto, en el mismo teatro, en mayo de este año. Sarlo ya había formulado en sus libros varias aproximaciones críticas a la obra y la personalidad de la fundadora de Sur, y su libreto –preciso y sugerente—  alude a dos momentos significativos de la biografía de la escritora: su formación juvenil en Buenos Aires y su posterior relación en París con Stravinski y con el escritor francés Pierre Drieu La Rochelle, amigo y amante. (2).


El programa de la obra, con la
clásica flecha hacia abajo de las
portadas de la revista Sur.
V. O. es una condensación escénica  --como sólo la música y la palabra pueden propiciar-- de un personaje apasionado y contradictorio. El libreto va iluminando escenas de la intimidad de la escritora, su educación sentimental, las prohibiciones familiares que la música y la puesta subrayan (un “no, no, no” rítmico de la institutriz) hasta llegar a una cierta idea de destino (“Victoria, me llamo Victoria, por algo será”). Este dibujo escénico mantiene, desde el título velado (V.O.), a la vez distancia y empatía por la peripecia vital inspiradora del espectáculo: la tensión de una subjetividad que busca saltar --sin eliminarla-- la confortable valla de su origen social y su educación. La música de Martín Bauer sirve en todo momento a ese enfoque, y aporta equilibrio y dinamismo a la puesta en escena, incorporando a la partitura citas de obras de Stravinski y Debussy. 

V.O: un personaje musical. La actriz Analía Couceyro, que encarna a Victoria Ocampo, administra con sensibilidad un estilo lacónico extrañamente expresivo. Una bailarina (Florencia Cecino), con sus bellas contorsiones, y una cantante (Selene Lara), añaden la vibración del cuerpo y la calidez de la voz a un breve pero intenso desdoblamiento escénico de la protagonista. Son dos momentos abstractos, en consecuencia musicales, que hablan de V. O. sin palabras. Plenamente alusivas, también, las interpretaciones al piano de Margarita Fernández --en el papel de la mucama-- de uno de los Preludios de Debussy y del comienzo de La consagración.


V. O. Y SU INSTITUTRIZ
Analía Couceyro y María Inés Aldaburu.

LA MÚSICA Y EL CUERPO
La pianista Margarita Fernández junto a la bailarina Florencia Vecino.
                     
Couceyro, Aldaburu y Javier Lorenzo, al final de una de las representaciones de V.O.

V.O. ensaya una variante de teatro musical, con un lenguaje muy austero y armoniza sus componentes en  un espacio escenográfico límpido, en el que vestuario e iluminación  anotan con eficacia rasgos definidos del ambiente en que se mueven los personajes. Los antecedentes históricos, musicales, literarios, políticos que constituyen un tapiz de lo no dicho y tal vez sobreentendido en la obra— pueden considerarse el sostén subyacente del espectáculo. Un paisaje de fondo sobre el que se recortan figuras tan conocidas y singulares como las de Ocampo y Stravinski.

Tiene interés repasar algunos de esos elementos, que se han ido macerando en el espesor de un siglo.

Ocampo, según Sarlo. En un artículo de 1999, titulado ¿Qué hacer con los límites?, Beatriz Sarlo recuerda que Victoria Ocampo, nacida en 1890, quiso ser actriz, cantante, escritora, y a todo le dijeron que no. Las institutrices le enseñaron antes el francés que el castellano y la familia “le mostró los límites de su sexo tal como los entendía su clase”. Primero, los viajes a París con su familia y “el séquito de mucamas”. Después, el matrimonio: “Para sentirse libre entró en la prisión de un casamiento con un hombre que no quería”. Pero que le presentó a su primo, “su primer amante y probablemente el gran amor de su vida”.

En 1931 fundó Sur, “la revista cultural más discutida y probablemente más importante de su época”, y la editorial del mismo nombre en la que Victoria Ocampo publicó obras de destacados autores europeos y americanos en excelentes traducciones. “Hoy, cuando Sur no existe, vemos que fue un manojo de contradicciones, como su directora”. “Fue amiga fugazmente de Mussolini y luego una antifascista militante. También fue violentamente antiperonista y recordó siempre que estuvo presa durante el Gobierno de Perón. Considerada en la perspectiva de casi un siglo, hoy se diría que fue una liberal, que desconfiaba de las sociedades de masas y se sentía lejos del igualitarismo democrático. También se diría que su estilo de vida fue el de una feminista bastante radical”.  La ensayista recuerda que V.O escuchaba las composiciones de Debussy, Ravel y Stravisnki y manifestaba su interés por la música contemporánea: “Lo ponía de manifiesto con pedantería, esnobismo y un conocimiento que los músicos respetaban”. (3)


INAUGURACIÓN DE LA REVISTA "SUR"
Colaboradores de la publicación, en la casa de Victoria Ocampo.
 


En otro artículo, La seducción de los `Testimonios’, publicado en el año 2000 a propósito de una nueva edición en dos tomos de esos libros, Sarlo señala: “Tuvieron que pasar muchos años para que la escritura caprichosa, a veces errática y desmañada de Victoria Ocampo dejara de irritar tanto como irritaban su temperamento imperioso y sus entusiasmos”. Tenerla cerca “debió ser una experiencia incómoda”, pero en los Testimonios,  que se fueron publicando entre los años 30 y 70 del pasado siglo, la ensayista advierte de qué modo “ella se sintió cómoda en su época, con qué naturalidad encajaba perfectamente en el mundo cultural que ella misma había armado”.

V.O. tiene, entonces, “la tranquila insolencia de la heredera patricia. Curiosamente, nunca sospecha que pueda leérsela a contrapelo”. Su destino “estaba jugado por razones de clase y sólo una furiosa voluntad de diferenciación pudo alterarlo”. Su cosmopolitismo “tiene siempre algo de provinciano, justamente por el énfasis. Aunque se mueve con naturalidad completa en Europa, no deja de ser una viajera que está pensando qué puede llevarse a su casa, cosas y personas”.  Finalmente: "La oligarquía, que sometía a sus mujeres a un régimen de trivialidades distinguidas, no tiene el gusto de esta descarriada, que nunca renegó de su origen pero creó una red intelectual que le permitió desviarlo”. (4).

Estas anotaciones explican bien el enfoque que los autores del libreto y la música le han dado a la obra V.O. ofrecida en el Teatro Colón. Por supuesto, la figura intelectual de Victoria Ocampo y la actividad de revista Sur han tenido lecturas muy diversas en numerosos ensayos de análisis político-cultural; algunas similares a ésta y otras bastante distintas, más complacientes o más críticas. Pero la aquí resumida guarda una íntima relación con el espectáculo y por eso resulta apropiado consignarla.

Stravinski, por él mismo.  El encuentro del joven Stravinski con el empresario y director artístico Diaguilev hizo que el músico se orientara, en el comienzo de su actividad, hacia las obras para ballet. Stravinski, nacido en Oranienbaum, cerca de San Petersburgo, en 1882, había estudiado composición  con Rimski-Korsakov, y tres de los diez ballets que compuso estuvieron dedicados a espectáculos de los Ballets Rusos, la compañía de Diaguilev: El pájaro de fuego (1910),  Petrushka (1911)  y La consagración de la primavera (1913). Una música que marcaba con sus disonancias y complejidades rítmicas cambios radicales con relación a lo anterior y auguraba uno de los perfiles musicales  del siglo XX.

Sin embargo, esta idea de revolución no satisfacía al propio compositor. En 1939, cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, Stravinski se radica en Estados Unidos, donde ocupa la cátedra de Poética en la Universidad de Harvard. Allí dará seis conferencias sobre la materia, que luego integraron su iluminador libro Poética musical. (5) 

En el primero de esos textos, el autor aclara que está “obligado a polemizar”. Y escribe: “Una casualidad que me complazco en considerar feliz ha hecho que mi persona y mi obra hayan sido marcadas, a pesar mío, con un signo distintivo desde el principio de mi carrera y hayan representado el papel de un reactivo. (…) No olvidemos que Petrushka,  La consagración de la primavera y El ruiseñor aparecieron en una época que estuvo marcada por cambios profundos que desplazaron muchas cosas y perturbaron muchos espíritus”. 

“Sé perfectamente que existe una opinión según la cual los tiempos en que apareció La consagración vieron cómo se realizaba una revolución. Revolución cuyas conquistas estarían hoy en vías de ser asimiladas. Me declaro en contra de esta opinión. Estimo que se me ha considerado erróneamente como un revolucionario. Cuando La consagración apareció fueron muchas las opiniones a que dio lugar. Entre el tumulto de opiniones contradictorias, mi amigo Maurice Ravel intervino casi solo para poner las cosas en su lugar. Él supo ver y dijo que la novedad de La consagración  no residía en la escritura, en la instrumentación, en el aparato técnico de la obra, sino en la entidad musical.”

Stravinski y Victoria Ocampo,
 en Buenos Aires.

Esta era la versión de Stravinski --casi tres décadas después del estreno-- de esa obra que Victoria Ocampo oyó en 1913.  La consagración se gestó cuando se incubaba la tragedia de la Gran Guerra de 1914 y se preparaba en Rusia el estallido de la Revolución de Octubre de 1917. Stravinski vivía en la neutral Suiza y no volvió a la entonces Unión Soviética hasta 1962, en un viaje realizado cuando cumplió ochenta años de edad. Sus antepasados eran terratenientes aristócratas vinculados al poder, y su padre un conocido barítono del teatro Mariinsky.  En los primeros tiempos revolucionarios, la propiedades del músico fueron incautadas. En las largas décadas posteriores, Stravinski  se nacionalizó francés y, al trasladarse de Europa a América, obtuvo la ciudadanía estadounidense.

Finalmente, en el mismo texto de Poética musical, el compositor agrega: “El tono de una obra como La consagración pudo parecer arrogante; su lenguaje, rudo en su novedad; pero esto no implica en modo alguno que sea revolucionaria en el sentido subversivo del vocablo”. Y abunda: “Me declaro, pues, completamente insensible al prestigio de la revolución”. Algunos historiadores indican que la violenta reacción de parte del público en el estreno de esa obra en París fue más por la coreografía que por la música o al menos por ambos factores a la vez, dado el éxito que sólo un año más tarde tuvo la versión en concierto, que llevó a Stravinski al primer plano de la actualidad musical, compartida  –aunque sus planteamientos fueran diferentes— con el compositor austríaco Arnold Schönberg.

En el libro (editado en 1942), Stravinski alude así a este compositor: “Hoy como entonces desconfío de la moneda falsa y me cuido muy bien de tomarla por moneda contante y sonante. Cacofonía quiere decir mala sonoridad, mercadería ilegal, música incordinada, que no resiste una crítica seria. Cualquiera que sea la opinión que se tenga sobre la música de Arnold Schönberg –para citar a un compositor que evoluciona sobre un plan esencialmente distinto del mío, tanto por la estética como por la técnica--, cuyas obras han provocado a menudo violentas reacciones o sonrisas irónicas, es imposible que un espíritu honrado y provisto de una verdadera cultura musical deje de notar que el autor de Pierrot lunaire es cabalmente conciente de lo que hace y que no engaña a nadie. Ha creado el sistema musical que le convenía, y en ese sistema es perfectamente lógico consigo mismo y perfectamente coherente. No se puede llamar cacofonía una música por el mero hecho de que no agrade”.

Por esos mismos años y también en Estados Unidos, en el Instituto de Investigación Social de Nueva York, el filósofo alemán Teodor W. Adorno daba a conocer a un reducido círculo su estudio sobre Schönberg. Más tarde, escribiría otro sobre Stravinski. Ambos integran Filosofía de la nueva música, el libro publicado en 1949, tras volver a Alemania, en el que Adorno formula su polémica contraposición entre la música del primero (como signo del “progreso”) a la del segundo (como forma de “la restauración”). (6)

La amistad entre Stravinski y Victoria Ocampo continuó. En 1934, la escritora actuó como recitante al estrenarse en el Teatro Colón la ópera-oratorio-ballet Perséfone, en la que el músico volvió a inspirarse en la mitología griega poniendo música a un libreto de André Gide. Stravinski, exitoso pianista y director de orquesta, siguió desarrollando su amplísima e influyente obra musical ballets, óperas, obras orquestales y corales, composiciones para grupo de cámara y para piano que habitualmente se suele dividir en tres etapas: la inicial, inspirada en temas rusos, la neoclásica y la final, el periodo serialista. La indudable trascendencia de su música en el siglo XX estuvo acompañada, en su madurez , por una gran popularidad: se ha dicho que como "el Picasso de la música" fue el compositor moderno que todo el mundo conocía o del que había oído hablar. Stravinski murió a los 88 años en Nueva York y está enterrado en Venecia, en el cementerio de la isla de San Michele.


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V.O.
Música: Martín Bauer. Libreto: Beatriz Sarlo.
Intérpretes: Victoria: Analía Couceyro.  Marguérite / institutriz: María Inés Aldaburu. Igor/ Drieu: Javier Lorenzo. Mucama: Margarita Fernández. Cantante: Selene Lara. Bailarina: Florencia Vecino.
Escenografía e iluminación: Matías Sendón. Vestuario: Luciana Gutman. Video: Minou Maguna.
Dirección musical: Pablo Druker. Dirección: Martín Bauer y Beatriz Sarlo.
Centro de Experimentación del Teatro Colón. Mayo de 2014.
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1. La consagración de la primavera (Imágenes de la Rusia pagana).
Música: Igor Stravinski.
Orquesta y ballet del Teatro Mariinsky de San Petersburgo. Dirección artística y musical: Valery Gergiev. Coreografía: Según la versión original de Vaslav Nijinsky, de 1913, reconstruida y puesta en escena por Millicent Hodson. Año 2012.
Primera parte: Adoración de la tierra. Siete vídeos: duración total, 16 minutos.
Segunda parte: El sacrificio. Seis vídeos: duración total, 17 minutos.

http://www.youtube.com/watch?v=ktAt43DDHpU&index=1&list=PLCWonDYx6RGzS0Rws3CU5Y21yLl69DePs

2. Pierre Drieu La Rochelle combatió en la guerra del 14 y en los años treinta se adhirió al fascismo. Se suicidó al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en 1945.

3. El crítico Pablo Gianera  ha analizado el tratamiento dado a la música del siglo XX en la revista fundada por Victoria Ocampo, en una sustanciosa investigación: La música en el grupo Sur (una modernidad inconclusa). Eterna Cadencia Editora, Buenos Aires, 2011.

4. Los artículos citados figuran en Escritos sobre literatura argentina, de Beatriz Sarlo. Páginas 138-146. Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2007. La autora ya había abordado la figura de Victoria Ocampo en un libro anterior, La máquina cultural (1998).

5. Poética musical, de Igor Stravinski. Prólogo de Iorgos Seferis. Editorial Acantilado, Barcelona, 2006. La primera edición de este libro fue publicada en EE UU en 1942.

6. Filosofía de la nueva música, de Th. W. Adorno. Akal Ediciones, Madrid, 2003.

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                                                                               "ULTRAMARINA"
                                                    Pieza de teatro musical dirigida por Marcelo Lombardero




El libreto de esta obra de teatro musical, del escritor y cineasta Edgardo Cozarinski, sirve de soporte para contar la historia de una red mundial de prostitución y trata de personas –mujeres de Europa oriental-- que funcionó en Buenos Aires entre 1906 y 1930: Zwi Migdal, o también Varsovia, integrada por proxenetas judíos. El autor toma unos pocos episodios y personajes de su novela El rufián moldavo, encarnados aquí por seis cantantes y tres actores. La música del bandoneonista y compositor Pablo Mainetti combina acentos centroeuropeos, de tango, y de obras contemporáneas, ejecutados por un conjunto de once instrumentistas dirigidos por Andrés Juncos. La dirección general y la dramaturgia estuvo a cargo de Marcelo Lombardero, ex director artístico del Colón y creador en 2013 del Teatro Musical Contemporáneo. Ultramarinos: un muy estimable cruce de ambientes, personajes y estilos musicales. Y un nudo argumental, la trata de personas, que, con otros rostros, llega hasta hoy. Las funciones se realizaron entre abril y mayo de este año en la sala Hasta Trilce de Buenos Aires.


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                                           MÚSICA CONTEMPORÁNEA
Conciertos previstos para noviembre de 2014 en distintas salas de Buenos Aires

Complejo Teatral de Buenos Aires. Teatro San Martín.
Director: Martín Bauer.

Colón Contemporáneo.

Centro de Experimentación del Teatro Colón.
Director: Miguel Galperin.

Usina del Arte
Conciertos recientes de música del siglo XX

Compañía Oblicua.
Director: Marcelo Delgado

Ensamble Tropi.
Dirección musical: Haydée Schvartz

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