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sábado, 30 de abril de 2011

Vargas Llosa en la Feria del Libro porteña: una hipótesis y un epílogo

 
Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro de Buenos Aires, despues de leer
 su discurso  inaugural y de mantener una conversación en público sobre su obra
 y sus opiniones políticas con el periodista Jorge Fernández Díaz.
El reciente paso del escritor peruano Mario Vargas Llosa por la 37º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires se ha saldado con mucho ruido sobre el  presunto veto a su presencia en la misma por parte de un conjunto de intelectuales argentinos afines al Gobierno de la presidenta Cristina Fernández y al fenómeno político-cultural del kirchnerismo. Mucho ruido pero también algunas (pocas) nueces, que valdría la pena destacar. Aunque lo más revelador fue la ausencia de un debate de fondo entre el reciente Premio Nobel de Literatura y los críticos de sus posiciones políticas, imposibilidad que obedece tal vez a los modos de enunciación de las respectivas posiciones, que son de una asimetría por el momento (histórico) difícil de resolver. Quizá convenga ver cómo se llegó hasta aquí (*).

Sólo para disolver versiones cosificadas que se repetirán constantemente hay que preguntarse en primer lugar, en atención a los hechos: ¿Hubo un veto o intento de veto a la presencia del gran novelista latinoamericano en la Feria del Libro porteña? ¿Eso es lo que ocurrió? La respuesta más racional es que no. Bien, si no hubo veto ¿qué es lo que hubo?, porque algo inesperado hubo. Y para responder a esa pregunta, que pone el acento en el estado de la cuestión en el debate de ideas, es necesario por una parte descartar las apelaciones pedestres de los fanáticos anti y pro-Vargas Llosa, no por necesidades de una equidistancia imposible sino para clarificar un poco desde dónde habla cada uno y qué sustento cultural común es necesario para que una confrontación de esta naturaleza sea posible.

La cuestión del compromiso. A sus  75 años, con una obra narrativa sólida y una amplia variedad de artículos periodísticos y ensayos críticos en su haber, el escritor peruano resulta –por sus modos de intervención en el debate público— uno de los escasos representantes actuales de lo que en otra época se llamó “el compromiso del intelectual”. Entendido en su doble vertiente de “conciencia crítica” de la sociedad y lugar de dilemas éticos. Esa figura, clásicamente definida por Jean-Paul Sartre a mediados del siglo XX, y luego replanteada en una innumerable variedad de situaciones históricas, estaba casi siempre destinada a representar posiciones de la izquierda, en un momento en el que ese concepto iba asociado a la crítica profunda de la sociedad capitalista.

Los intelectuales comprometidos de la izquierda ejercían además un cierto liderazgo social entre las élites llamadas a encarnar un cambio de sistema que entonces aparecía como una promesa a conquistar en el mundo de los hombres. Pasadas las décadas, Vargas Llosa, que vivió aquella etapa, ha ido representando y reivindicando esa figura a lo largo de un viaje personal e ideológico desde el socialismo juvenil al liberalismo de la edad adulta, con escala en una socialdemocracia que entonces tenía sus bases sociales y políticas definidas, sobre todo frente a los totalitarismos del siglo, pero que resultaba insuficiente para un Vargas Llosa --ya lector de Aron, Popper  y Von Hayek-- necesitado de planteamientos de ruptura más radicales con la izquierda realmente existente.

Ese movimiento, si bien tenía su reflejo en América Latina, giraba en torno de un mundo bipolar y con la lógica de los grandes relatos históricos consumados o por consumar. El grado de compromiso, esta vez desde la derecha, debía ser tan profundo como la situación política lo fuera requiriendo –el caso del gran poeta mexicano Octavio Paz apoyando la guerra de Ronald Reagan en Centroamérica, por ejemplo— y los momentos de incertidumbre personal debían dejar paso a un nuevo tipo de pragmatismo que diera respuesta al desencanto de finales del siglo XX sin abandonar el dogma, o algún sistema de ideas que sirviera de base doctrinal a la mirada del intelectual comprometido. Que estaba, a su vez, ante una disyuntiva --dramatizada en la Feria del Libro-- entre la realidad nacional-regional (un pensamiento situado y que aspira a la universalidad) o una impostación global, preocupada por los dilemas “del hombre en la historia”.

Es así que en este segundo camino Vargas Llosa empieza a reconocerse como liberal, lo cual o bien sitúa el problema en el siglo XIX, con la consiguiente regresión histórica que el escritor peruano no reconocería como propia, o bien establece un blanco móvil, adaptado a cada una de las coyunturas políticas actuales, despegado del liberalismo realmente existente, que no sin tino fue llamado neoliberalismo. En Buenos Aires, Vargas Llosa negó una y otra vez que lo suyo fuera esto último, aunque eso –por ejemplo la experiencia de los años noventa como paradigma de exclusión, dislocación social y liquidación del patrimonio común de muchos países latinoamericanos— es lo que sus críticos ven como consecuencia práctica de una prédica engañosamente liberal, que ha dejado mucho futuro en la cuneta de la historia.

Esta es una hipótesis sobre el Vargas doctrinario. Pero la ecuación no se dirime sólo en el terreno de las ideas. La derrota del socialismo real, una implosión, y la emergencia de nuevas formas de salvajismo --en la organización social y en las prácticas del capitalismo financiero-- han contribuido a instalar un paradigma intelectual hegemónico, después de que una multitud de voces haya sido borrada del debate. No todas, sin embargo: algunas siguen buscando en una suerte de conversación apenas audible socialmente un nuevo camino de interpretación en el marco de una salida colectiva a los problemas de esta época.

Es en este cuadro que una voz como la del actual Premio Nobel de Literatura ha encontrado su legitimación: muchos feligreses le han otorgado carácter sacerdotal. Una voz que es individual, es cierto, pero está imbricada en una estructura, ya no específicamente política sino comunicacional: grandes diarios, grandes editoriales, alcance universal. No se trata sin embargo de una figura monolítica: sus deslices dogmáticos, como el análisis simplificador y reiterativo de situaciones complejas como las actuales en Latinoamérica, que Vargas Llosa ha dejado por escrito, no contenta a todos sus seguidores. Pero este es un fenómeno que lo excede, es una sobredeterminación. Son los demás los que han erigido su pedestal discursivo en la orfandad de la época, entre otras cosas porque el escritor tiene otras facetas compensatorias, además de su obra: su amplia curiosidad y recorrido cultural, sus opciones verdaderamente liberales en el campo de las costumbres –matrimonio gay, liberalización de las drogas, entre otros fenómenos— que amplían el campo de las identificaciones.

Este fenómeno resulta particularmente notable en España donde, sin proponérselo y en consecuencia siendo tangencialmente parte del mismo, el Vargas doctrinal tiene seguidores entre los pocos liberales de verdad que existen, y entre muchos socialistas de distintas gamas, en el PSOE, en el PP, y en una variada muestra de añorantes de una derecha ilustrada ya prácticamente sustituida por mediocridades sin nombre, que se ven redimidas en el brillo intelectual de un escritor que, junto a su amplitud de intereses tiene la capacidad de exhibirlo con buen tono en distintas situaciones de la vida social. Desde ese emplazamiento, toda disidencia con sus invectivas ocupa un lugar público marginal: cartas al director, protestas estudiantiles, rechazos muy radicales en el lenguaje pero poco solventes para darle al fenómeno su verdadera envergadura en el campo cultural.

El otorgamiento del Premio Nobel de Literatura no ha modificado ese perfil sino que ha amplificado sus efectos. Bien administrado, el suyo es mucho poder de convocatoria –que hace años ha superado el que representan los fieles lectores de sus obras de creación--, de modo que toda interrupción en ese fluir de ideas aparece como extemporáneo, no encuentra un cauce aceptable ni lo corrigen los cambios de la realidad (por ejemplo, en su apoyo in situ a la guerra de Irak, luego matizado y ratificado; o en su comprensión de los motivos del Tea Party estadounidense, luego de criticar sus aristas más repudiables, etcétera).

Mostrar las cartas. La mayor parte de los intelectuales argentinos que manifestaron su disgusto porque el Premio Nobel fuera invitado a inaugurar con su discurso la 37ª Feria del Libro tiene una obra, de ficción o ensayística, publicada desde hace bastante tiempo y algunos de ellos han empezado a escribir en la misma época que el autor de La ciudad y los perros. Su proyección mediática rara vez excede el ámbito nacional, pero se han formado en encrucijadas y recorridos culturales similares a los de Vargas, han dirimido alguna vez los dilemas del compromiso del escritor, han padecido dictaduras y, con todas las variantes de sus personalidades diversas y a veces contrapuestas, han sido partícipes, testigos y supervivientes de un difícil siglo XX argentino.

Y ahora han expresado, con mayor o menor fortuna, mediante un escrito, su desacuerdo con el papel otorgado al Premio Nobel, de quien objetaron sobre todo su apoyo a políticas regresivas y sus referencias tópicas (y para algunos ofensivas) a la política argentina. Su poder de veto en una organización no oficial como la Feria del Libro era francamente nulo. El suyo hubiera quedado como tantos manifiestos que se han escrito en contra de esa faceta de Vargas Llosa, o como los que el propio escritor ha firmado en defensa de otras causas diversas.

El director de la Biblioteca Nacional, el sociólogo Horacio González, autor de numerosos ensayos sobre política y cultura y miembro del Espacio Carta Abierta, fue más allá (en doble sentido, como funcionario y como crítico del escritor invitado) pidiendo a los organizadores de la Feria una modificación del sitio del Nobel en la ceremonia de inauguración para oír su discurso desde otro lugar. Luego, a solicitud de la presidenta, y ante el revuelo causado por su primera carta, revisó esa postura en una segunda misiva. Pero la interpretación previsible ya estaba cerrando su círculo: se pretendía censurar a un hombre libre. Y, para colmo, de la categoría de un Nobel.

Así también lo proclamó el propio Vargas Llosa: una cosa es que me critiquen, me parece bien, dijo, y otra que me censuren. Y además: “piqueteros intelectuales”, “comisarios políticos”. Magnitudes propias de un gurú. ¿Un malentendido? Probablemente en algunos de sus antagonistas hubiera encontrado a cuidadosos lectores de su obra literaria y razonadores adversarios políticos. Probablemente. Y en otros, rigideces de signo diferente a las suyas. Pero el debate no pudo ser porque sencillamente no estaba previsto no sólo en el programa de la Feria sino en el supuesto histórico edificado con estas asimetrías.

La primera carta de González mostró en ese sentido ingenuidad al desconocer la importancia de ese supuesto, que condicionaría la interpretación de su texto, y pensar que sería leído de otra manera. Pero, a su modo, logró a posteriori transformar un murmullo de desacuerdos con el Nobel en algo más inteligible, expresado en numerosos artículos de otros escritores. La cuestión queda, de todos modos, en un punto problemático. Reivindicar y afinar debates como este que no pudo ser, ampliar sus límites y referirlos también a las propias posiciones, queda como una empresa en curso.

Al día siguiente de pronunciado el discurso inaugural de Vargas Llosa y de su conversación posterior ante el público, el principal columnista político del diario opositor La Nación, Joaquín Morales Solá, comenzaba su descripción del acto de esta manera: “Tuvo algo de misa y otro poco de espectáculo de rock”. Y más adelante: “El oficioso sacerdote provocó uno de los momentos de mayor recogimiento durante esa misa pagana cuando describió la dictadura bajo la que se formó en su adolescencia y su juventud”. Era, claro, en tono de elogio. Pero también puede ser leído como una aguda percepción de todo lo que pasó. Misa pagana, oficioso sacerdote, recogimiento de la audiencia.

La palabra intangible del Nobel, en fin, pronunciada desde una investidura que está lejos del lugar donde la crítica encuentra su fundamento.

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(*) SECUENCIA DE ALGUNOS TEXTOS DE ESTA POLÉMICA:
1)  Las dos cartas del director de la Biblioteca Nacional.
Primera: 
Sr. Carlos de Santos
Presidente de la Cámara del Libro
Ha cobrado estado público la sorprendente presencia de Mario Vargas Llosa como partícipe central de la inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires. Le escribo como ciudadano, como director de la Biblioteca Nacional y como lector que aprecia la literatura de Vargas Llosa, a quien he seguido desde La ciudad y los perros hasta El sueño del Celta. No me mueve así ningún despecho ni deseo de limitar su voz –que no precisaba del Premio Nobel para ser justamente difundida-, al decirle que considero sumamente inoportuno el lugar que se le ha concedido para inaugurar una Feria que nunca dejó de ser un termómetro de la política y de las corrientes de ideas que abriga la sociedad argentina. ¿Pero no sería este el máximo nivel de facciosidad al que llegaría este evento que a lo largo de los tiempos atravesó toda clase de vicisitudes y supo mantenerse como digno exponente de la cultura universal del libro? Es sabido que hay dos Vargas Llosa, el gran escritor que todos festejamos, y el militante que no ceja ni un segundo en atacar a los gobiernos populares de la región con argumentos que lamentablemente no solo deforman muchas realidades, sino que se prestan a justificar las peores experiencias políticas del pasado. Mucho tememos que no sea el Vargas Llosa de Conversación en la Catedral el que hable en la Feria sino el Vargas Llosa de la coalición de derecha que en estos mismos días realiza una reunión en Buenos Aires. Considero que para la inauguración hay numerosos escritores argentinos que pueden representar acabadamente un horizonte común de ideas, sin el mesianismo autoritario que hoy aqueja al Vargas Llosa de los círculos mundiales de la derecha más agresiva (aunque so pretexto de liberalismo), que diferenciamos del Vargas Llosa novelista, que mantiene viva su sensibilidad como autor de grandes ficciones del realismo histórico-social. Lo invito a que reconsidere esta desafortunada invitación que ofende a un gran sector de la cultura argentina y que junto a las respectivas comisiones directivas de la Fundación El Libro determine que la conferencia de Vargas Llosa –que podríamos escuchar con respeto en la disidencia- se realice en el marco de la Feria pero al margen de su inauguración, y que para este evento inaugural, como es costumbre, se designe a un escritor argentino en condiciones de representar las diferentes corrientes artísticas y de ideas que se manifiestan hoy en la sociedad argentina.
Afectuosamente, Horacio González.
Director de la Biblioteca Nacional 



Segunda:
Sr. Gustavo Canevaro
Presidente de la Fundación El Libro
Sr. Carlos de Santos
Presidente de la Cámara del Libro
La carta que les escribiera en torno a la presencia del escritor Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro ha recorrido su largo camino matutino en múltiples notas periodísticas y radiales, de las cuales extraigo la idea de que estamos ante un debate complejo en torno a los compromisos literarios y políticos. He percibido que la discusión corre el riesgo de ser presentada como una vía para limitar la palabra de un escritor, que siempre leímos como el buen novelista que es, y cuestionamos como especial promotor de interpretaciones inadecuadas sobre la política y la sociedad argentina. No era aquél su sentido sino el de resguardar la Feria del Libro como ámbito de múltiples voces, procurando que la calidad de las mismas predomine por sobre las inscripciones políticas inmediatistas.

Esta mañana he recibido un llamado de la Sra. Presidenta de la República en el sentido de afirmar la sustancia, la forma y la pertinencia del debate democrático en todos los planos de su significación. En ese sentido me ha pedido, en mi carácter de director de la Biblioteca Nacional, retirar la carta que anteriormente les he enviado, en la que proponía que el Sr. Vargas Llosa diera su conferencia, pero no en carácter de acto de inauguración de la Feria. La Sra. Presidenta me hizo conocer su opinión respecto de que esta discusión no puede dejar la más mínima duda de la vocación de libre expresión de ideas políticas en la Feria del Libro, en las circunstancias que sean y tal como sus autoridades lo hayan definido. Tal como me lo ha expresado, no es concebible la vida literaria y el compromiso con la ensayística social sin un absoluto respeto por la palabra de los escritores –o de cualquier ciudadano–, cualquiera sea su significación o intención. Les escribo comunicándoles este diálogo con la Presidenta en la certeza de que estamos comprometidos en toda discusión que sirva para dar más cualidades a la vida democrática, como este intercambio de cartas también lo certifica.

Atentamente
Horacio González
Director de la BibliotecaNacional
.                                                                                                                                                      


2) Artículo de Vargas Llosa:
http://www.lanacion.com.ar/1357024-piqueteros-intelectuales


4) Discurso del Nobel de Literatura en la Feria del Libro:
http://www.lanacion.com.ar/1367577-una-oda-a-la-libertad-y-los-libros
5) Entrevista a Vargas Llosa en Página 12: