ANTOLOGÍA
Olga Orozco (Toay, provincia de La Pampa, 1920- Buenos
Aires, 1999)
Poesía en la
Residencia
El 9 de junio de 1997, la poeta argentina Olga Orozco leyó en la Residencia de
Estudiantes de Madrid una serie de poemas suyos, precedidos de un breve
comentario sobre las cuestiones que la inquietaron a la largo de su obra
creativa.
Se reproducen aquí dos ejemplos:
Se reproducen aquí dos ejemplos:
“Al contrario de lo que sucede en muchos cuentos, donde la pregunta
rompe el hechizo, en la poesía los encadena. `La pregunta es el hechizo del
pensamiento´, dice Maurice Blanchot, y agrega: `La respuesta es la desgracia de
la pregunta´. Y lo es porque la respuesta obliga a elegir, a optar por una
desechando entonces infinitas solicitaciones. Nos enfrentamos otra vez con la
realidad inmediata y sus dictaduras: el desnudo aquí, el obligatorio ahora, las
limitaciones de un yo que quiere traspasar las fronteras que le impone su propio cuerpo”
Lamento de Jonás
Este cuerpo tan denso con que clausuro todas las salidas,
este saco de sombras cosido a mis dos alas
no me impide pasar hasta el fondo de mí:
una noche cerrada donde vienen a dar todos los espejismos de
la noche,
unas aguas absortas donde moja sus pies la esfinge de otro
mundo.
Aquí suelo encontrar vestigios de otra edad,
fragmentos de panteones no disueltos por la sal de mi
sangre,
oráculos y faunas aspirados por las cenizas de mi porvenir.
A veces aparecen continentes en vuelo, plumas de otros
ropajes sumergidos;
a veces permanecen como el anuncio de la resurrección.
Pero es mejor no estar.
Porque hay trampas aquí.
Alguien juega a no estar cuando yo estoy
o me observa conmigo desde las madrigueras de cada soledad.
Alguien simula un foso entre el sueño y la piel para que me
deslice hasta el último abismo de los otros
o me induce a escarbar debajo de mi sombra.
Es difícil salir.
Me tapian con un muro que solamente corre hacia nunca jamás;
me eligen para morir la duración
me anudan a las venas de un organismo ciego que me exhala y
me aspira sin cesar.
Y el corazón, en tanto,
¿en dónde el corazón,
el tambor de nostalgias que convoca en tinieblas a todos los
relevos?
Por no hablar de este
cuerpo,
de este guardián opaco que me transporta y me retiene
y me arroja consigo en una náusea desde los pies a la
cabeza.
Soy mi propio rehén,
el pausado veneno del verdugo,
el pacto con la muerte.
¿Y quién ha dicho acaso que éste fuera un lugar para mí?
(Del libro Museo
salvaje) (1974)
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“`La poesía es el
deseo del amor realizado que continúa siendo deseo´, dice René Char. Para mí,
la poesía es el deseo del amor nunca realizado que continúa siendo deseo; pero
este deseo, esta forma de ausencia no colmada que se prolonga de poema en poema
es un conflicto entre la poesía y el poeta, y eso no impide celebrar el
esplendor del mundo. La plenitud que no se alcanza por la palabra, que no se
realiza en el papel, se consigue, se cumple en el espíritu mismo, en la
intensidad de lo vivido”.
Himno de alabanza
¿Y por qué no he de cantar también yo un himno de alabanza,
aunque casi todos los que amé sean ahora igual que la
hojarasca
que se arremolina alrededor del viento
y no puedan jactarse ni siquiera de poder arrojar su propia
sombra?
Por todo lo perdido, ¿acaso contrariaste mi voluntad de
dicha
o volví del revés los pasos que me habías señalado?
Si celebré con llanto mis bodas con la noche, ¿fue por
seguir mi vocación de abismo
o porque me cubriste con sábanas de tinieblas cada día?
Para nadie la culpa ni para mí el castigo.
Fue solamente porque calló una estrella
o porque se precipitaron bajo la luna errónea las mareas.
Es la misma señal, el mismo asombro con que sigo cayendo en
la espesura,
aquí, desde tu mano.
¿Y no he de cantar por eso un himno de alabanza?
Te agradezco estos ojos que se agrandan para ver tu
escritura secreta en cada piedra;
esta boca con el sabor de “siempre”, “tal vez”, y “nunca
más”;
las manos y la piel donde arrojan su aliento los emisarios
de territorios invisibles;
el perfume de la estación que pasa, su ráfaga hechicera
ceñida a mi garganta,
y el reclamo insistente del sonido que atruena con el cuerno
para las cacerías.
¡Ah, sentidos, mis guardianes insomnes,
refugios instantáneos de un mundo improbable y sin fondo,
como yo!
Desde lo más profundo de mi estupor y mi deslumbramiento, yo
te celebro,
cuerpo, suntuoso comensal en esta mesa de dones fugitivos,
a ti, protagonista de paso en cada historia del amor que no
muere,
intermediario heroico en todas las batallas de la tierra y
el cielo,
tú, mi costado de inevitable realidad,
delator de intemperies y fronteras, siempre bajo un puñal,
entre el relámpago de la tentación y el tajo de la herida.
A pesar de tu corazón irascible, yo te bendigo, mar, bestia
obstinada;
en tu acechanza y en tu lejanía pasa el relato del diluvio y
mi risa infantil,
junto con ese cielo con que sueñas en cada una de tus olas,
en cada balanceo, como yo en el vaivén de mi respiración.
Guárdame en tu memoria como un guijarro más,
como a un hueso perdido y a estos nombres escritos en la
arena,
para velar contigo hasta el último día en el insomnio de la
inmensidad.
Gracias te doy, hormiga, modelo de mis viajes en las
exploraciones imposibles,
y a la torcaza por la incesante queja que acompañó mis
lágrimas y duelos;
agradezco a la hierba la tierna protección para mis pies
furtivos
y a ti, brizna en el viento, por todo el imprevisible
porvenir;
bendita seas, sombra generosa, sumisa a tanto error y a
tantas sombras,
y también tú, mi silla, guardiana infatigable frente a la
espera y a la lejanía.
Yo te celebro, ráfaga, lluvia, enredadera,
murmullo enamorado del silencio que habita entre las
piedras.
¿O no puedo cantar, amor, la noche de tu ausencia y el filo
de tu espada?
¿Quién no lleva en la punta de su arpón una ballena blanca?
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Este poema, inédito en el momento en que lo leyó su autora
en la Residencia de Estudiantes, se publicó al año siguiente en la antología Eclipses y fulgores (Lumen, 1998), y
posteriormente en el libro Últimos poemas
(Bruguera, 2009), y consta naturalmente en la edición de Poesía
completa de Olga Orozco (Adriana
Hidalgo, 2012)
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