Un domingo
lluvioso del mes pasado en la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires, cerca
de la Estación Retiro. La quietud y el silencio son allí extraños, ya que de
lunes a sábado atruena el paso constante de camiones cargados de mercancías.
También es extraño el edificio al que nos acercamos a pie, que tiene grabada en
la piedra su identificación desde hace décadas: Hotel de Inmigrantes. No sólo es literario el nombre de esa
elegante mole gris, rodeada de parque, sino que el sector que está restaurado y
alberga ahora el Museo de la Inmigración, linda con grandes espacios
vacíos que parecen detenidos en el tiempo, ni ocupados ni abandonados, unidos
por escaleras inmensas e iluminados durante el día por grandes ventanales. Allí
desembarcaron, a comienzos del siglo XX, decenas de miles de inmigrantes
europeos que se alojaron transitoriamente en el edificio antes de iniciar su
destino sudamericano.
Esa masa de
viajeros, integrada por familias pobres pero no miserables --dejaban en sus
países situaciones de precariedad, pero podían pagarse dificultosamente el
billete en segunda o tercera clase en los grandes transatlánticos--, se
renovaba con la llegada de nuevos barcos procedentes de Nápoles, Génova o
Cádiz, que traían no sólo a italianos y españoles sino también a emigrantes del
centro y el este de Europa. En el Hotel
de Inmigrantes estaba previsto que pasaran el primer control con su precaria
documentación personal, que recibieran alguna atención médica y que permanecieran
durante cinco días alojados (un plazo que se extendía en casos especiales),
antes de dispersarse por el país despoblado que los recibía, una incierta
tierra de promisión en la que su nueva historia personal y familiar empezaría a
dibujarse.
El edificio
del Hotel de Inmigrantes, construido en
1911 con criterios modernos para la época, sustituyó a otras instalaciones más
precarias que desde finales del siglo XIX cumplían la misma función en otros
lugares de Buenos Aires, pero que resultaron insuficientes para recibir a la
creciente ola migratoria que Argentina demandaba, y que se intensificó con el
comienzo del nuevo siglo. Es evidente
que esta densa y masiva epopeya se ha ido consolidando con las décadas como uno
de los núcleos de identificación más perfilados que el país tiene sobre sí
mismo, y que en ocasiones adquiere un abusivo carácter de exclusividad. A
diferencia de los latinoamericanos que proceden de sustratos civilizatorios
prehispánicos milenarios, como el de los mayas o los aztecas, se dice, los
argentinos descienden de los barcos.
Nada más
ilustrativo al respecto que el Hotel de
Inmigrantes. Todo el edificio fue declarado monumento histórico en 1990 y
pertenece al Estado nacional que, hace pocos años, encargó a la Universidad
Nacional de Tres de Febrero la concepción y realización del Museo de la
Inmigración que ahora puede visitarse.
Como en los muchos museos de este tipo que existen en Europa y América, el
de Buenos Aires expone con pulcritud documental fotografías de época, objetos
usados en el lugar, recortes de periódicos, datos de los censos de población,
fichas de identificación de los inmigrantes, maquetas de los barcos y carteles
de las compañías navieras que hacían el viaje --en no menos de un mes--, entre
otros elementos. También se exhiben réplicas de las camas metálicas blancas en
las que familias enteras dormían en los enormes pabellones del edificio, que
tenía también un gran comedor.
El inmenso
Río de la Plata está cerca del Hotel de
Inmigrantes, pero no se ve desde la entrada del Museo y apenas se avizora
desde las ventanas de las plantas altas del edificio. Sin embargo, a pocos
metros de allí estaba el desembarcadero por el que miles de extranjeros
pisaron por primera vez tierra americana. En la recepción del Museo,
seguramente teniendo en cuenta que muchos de los visitantes son nietos o bisnietos de aquéllos, se puede consultar una base de datos en la que están
incorporados los nombres de los inmigrantes llegados entre 1882 y 1950, con
algunas señas básicas: día y año del arribo, embarcación, país de procedencia y
oficio. Esas mismas informaciones pueden obtenerse en la página web del Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos (1).
Por su edad
y aspiraciones, aún aquellas más elementales, la mayor parte de los llegados al
nuevo país tenía más futuro que pasado, y esas energías para sobreponerse a las
dificultades buscando un objetivo fueron probablemente un componente decisivo
para forjar una idiosincrasia particular, en medio de los desafíos históricos,
geográficos o idiomáticos de un país tan vasto y diverso. Si bien no todos los que
llegaron en esas décadas entraron por el Hotel
de Inmigrantes, la mayor parte de las familias que salieron de allí fueron
a trabajar la tierra en la Pampa húmeda y en la llanura mesopotámica, o a
poblar desiertos patagónicos.
En la
presentación del Museo, además de una breve sinopsis de las causas que
motivaron las masivas migraciones de esa época, se explican las cuatro fases
–viaje, arribo, inserción y legado— en que está organizado el material
expositivo. Se privilegia así la importancia que tuvo la inmigración para el
país organizado en torno de 1880 y se define como “falsa contradicción” el hecho
de oponer este origen aluvional a la ausencia de “una historia propia y
milenaria”: “Si bien provenimos de distintos orígenes, todos asumimos la
historia y la utopía de nuestra América”. Esta, se verá, es sólo una parte de la cuestión.
Hay
efectivamente en el Hotel de Inmigrantes
una carga simbólica poderosa pero ausente. El edificio tiene, un siglo después
de haber sido inaugurado, una carga fantasmal, derivada del eco imaginario de
miles de historias de vida. Las huellas documentales bien dispuestas y los datos básicos sobre cómo funcionaba este lugar se acogida (2) se
completan con la proyección de vídeos en los que inmigrantes de hoy, que llegan
a Buenos Aires desde los países limítrofes –y también desde lejanos parajes
asiáticos— cuentan sus experiencias. Es un círculo que asciende en espiral, pero no se cierra. A pocos metros del Museo,
en los días laborables, hay un nervioso deambular de extranjeros, ya que en la
zona siguen estando las oficinas de migraciones en las que se solicitan o
renuevan documentos para permanecer legalmente en el país.
LOS NUEVOS INMIGRANTES Un relato contemporáneo |
Entre
la llegada de los primeros inmigrantes, en el último tercio del XIX --un siglo
que incluyó la Independencia de la metrópolis española,
las guerras civiles y el expolio y eliminación de los indígenas— y el actual desplazamiento
migratorio en la era de la mundialización virtual, transcurre una compleja y
enconada historia social. Si bien la materia de un museo de la inmigración es
muy variada, al básico aspecto documental y conmemorativo debería añadirse una
articulación: una línea de debates sobre la formación del país, tan reciente y
conflictiva, que por otra parte está presente fuera del museo en controversias,
investigaciones, obras literarias y cinematográficas o acciones reivindicativas
de una parte de la sociedad. Eso ayudaría tal vez a comprender el humus antropológico sobre
el cual se fue asentando una nación de la que los inmigrantes han sido parte
esencial.
VENTANA DEL HOTEL DE INMIGRANTES Vista del Río de la Plata, donde atracaba los transatlánticos al llegar a Buenos Aires. |
Tierra adentro. Una literatura amplia y variada da
cuenta de esa peripecia vital y social, incluida la de las migraciones internas
del siglo XX, durante la fase de industrialización del país. Menos amplia y profunda
es la que refleja el mundo previo a la inmigración, sobre todo la crucial
“Conquista del Desierto”, el despliegue de campañas militares emprendidas a
finales del siglo XIX por el reciente Estado nacional para ampliar sus
fronteras apropiándose de nuevos territorios, al precio de la eliminación o el
desplazamiento masivo de los aborígenes que vivían secularmente en ellos.
Sobre esta
cuestión, cuya reciente reaparición no hace más que reflejar un conflicto
largamente distorsionado, se difundió el año pasado en Buenos Aires y otros lugares del país una
interesante película documental –Tierra
adentro— en la que descendientes de los protagonistas de aquella operación vuelven a rastrear sobre
el terreno las huellas culturales –idiomáticas, memorialísticas, iconográficas—
del acontecimiento. En la película dirigida por Ulises de la Orden, estructurada como un viaje y una
investigación, una joven descendiente de mapuches, el tataranieto de un general
de la campaña, un historiador y un periodista, indagan desde la perspectiva del
presente las diferentes miradas acerca de esa historia de ocultamientos y
revelaciones (3).
"TIERRA ADENTRO" Varias miradas sobre la "Conquista del Desierto" |
Si bien lo ocurrido en esa época ha sido crucial para abrir un debate público sobre la forma en que el
país percibe sus antecedentes aborígenes, la cuestión se remonta mucho más
atrás. En un libro de reciente aparición, La
Argentina aborigen (4), el historiador Raúl Mandrini sistematiza la
historia de estas sociedades en el actual territorio argentino, desde los
primeros pobladores, llegados hace alrededor de 13.000 años, hasta la
incorporación al Estado nacional de los últimos enclaves indígenas
independientes, a comienzos del siglo XX.
El propósito
de este trabajo es corregir unas ideas a juicio del autor erróneas, pero muy
extendidas: “Normalmente se piensa que el pasado de los pueblos originarios es
corto y que su presencia en el continente es reciente; que esas poblaciones son
relativamente homogéneas –`cuando se ha visto a un indio se los ha visto a
todos´, proclamaban los hermanos Ulloa en el siglo XVIII--; que se trata de
sociedades estáticas, sin cambios apreciables a lo largo del tiempo y por lo
tanto sin historia (…) El acercamiento a su historia nos va a
mostrar lo contrario: una antigüedad que se remonta a los momentos finales de
la última Edad del Hielo, gran diversidad y heterogeneidad, profundos cambios a
lo largo del tiempo, complejidad social y cultural.” Se trata de una
reconstrucción basada principalmente en testimonios arqueológicos. Persiste,
sin embargo, el problema de las fuentes y de la ausencia de documentos escritos
hasta iniciada la Conquista, por lo que “nuestro conocimiento actual ", advierte Mandrini, "es provisional y está sujeto a revisión”.
También en
este terreno, la inmigración de los pioneros cumplió un papel. Por ejemplo, en
el sur de la Patagonia, en la zona de Tierra del Fuego, que fue habitada por
los indios yámanas y los onas, sólo quedan algunos vestigios, expuestos en Ushuaia, que permiten
reconstruir su organización social y cultural. Y el libro más completo para
acceder a su lengua, que era de una gran riqueza terminológica y sintáctica, es un
diccionario yámana-inglés de 32 mil palabras, que fue elaborado por Thomas
Bridges, un misionero anglicano que se aventuró a llegar a este confín del
planeta y fue de los primeros en establecerse allí y en convivir con sus
pobladores.
Todos estos
elementos sirven para rastrear unos antecedentes visibles en muchos lugares del
país, que se filtran en rostros, miradas, color de piel, giros coloquiales, dialectos,
entonación del castellano e imaginarios sincréticos. Remiten, finalmente, a una memoria argentina estructurada como
palimpsesto, cuyas capas ausentes, borradas y reescritas nos hablan de un
viaje del que sólo se reconocen las últimas etapas, las del país concebido a
finales del siglo XIX, poblado por criollos y europeos. En su interior late sin
embargo un texto desplazado: origen milenario borroso hasta la inexistencia, duro mestizaje tras la Conquista española,
sangre seca de distintas batallas, intrahistorias del presente, del país
joven –se diría adolescente— que en el Hotel de Inmigrantes tuvo su emblema y
su morada.
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1.Base
de datos del Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos:
Estadísticas de la inmigración europea:
Inmigración de los países limítrofes:
2. Tierra adentro, dirigida por Ulises de la
Orden. Con Mariano Nagy, Pablo Humaña Llancaqueo, Annahí Mariluán, Alfredo
Seguel y Marcos O´Farrell. Polo Sur Films, 2011.
Trailer
oficial: 2 minutos 18 segundos:
Película
completa: 1 hora 43 minutos:
3. La Argentina aborigen. De los primeros
pobladores a 1910. Autor: Raúl
Mandrini. Siglo XXI Editores, 2012.