FRASEO
Millones de
personas en el mundo toman contacto cada día, a través de las fotografías de
prensa y de los medios audiovisuales, con imágenes que reflejan escenas
inauditas de violencia, generadas en conflictos
armados de orígenes, proyecciones y magnitudes muy diversos: Irak, Siria, Sudán
del Sur, Ucrania, Gaza, Afganistán, Libia, Pakistán, entre muchos otros,
pasados y presentes.
En su libro Ante el
dolor de los demás, publicado en 2003, la escritora estadounidense Susan
Sontag (Nueva York, 1933-2004) reflexionó sobre las características y consecuencias de este hecho. A
continuación se reproduce un breve fragmento de su amplia meditación sobre este
tema:
Ante el dolor de los
demás
Susan Sontag
“La designación de un infierno nada nos dice, desde luego,
sobre cómo sacar a la gente de ese infierno, cómo mitigar sus llamas. Con todo,
parece un bien en sí mismo reconocer, haber ampliado nuestra noción de cuánto
sufrimiento a causa de la perversidad humana hay en un mundo compartido con los
demás. La persona que está
perennemente sorprendida por la
existencia de la depravación, que se
muestra desilusionada (incluso incrédula) cuando se le presentan pruebas de lo
que unos seres humanos son capaces de infligir a otros –en el sentido de
crueldades horripilantes y directas--, no ha alcanzado la madurez moral o
psicológica.
“A partir de determinada edad nadie tiene derecho a semejante
ingenuidad y superficialidad, a este grado de ignorancia o amnesia.
“En la actualidad un enorme archivo de imágenes hace más difícil
mantener este género de defecto moral. Debemos permitir que las imágenes
atroces nos persigan. Aunque sólo se trate de muestras y no consigan apenas abarcar
la mayor parte de la realidad a que se refieren, cumplen no obstante una
función esencial. Las imágenes dicen: Esto es lo que los seres humanos se
atreven a hacer, y quizá se ofrezcan a hacer, con entusiasmo, convencidos de
que están en lo justo. No lo olvides.”
(...)
“Estacionados frente a las pequeñas pantallas --del televisor, del ordenador y de la agenda
electrónica— podemos navegar hasta las imágenes y breves reportajes de los
desastres en todo el mundo. Parece como si hubiera una mayor cantidad de esas
noticias que antaño. Probablemente sea una ilusión. Es más bien la difusión de
las noticias lo que está “por todas partes”. Y los sufrimientos de algunas
personas tienen para los espectadores un interés intrínseco mucho mayor (si
bien antes debemos reconocer que el sufrimiento tiene un público) que el
sufrimiento de otras. Aunque las noticias sobre la guerra sean propagadas en la
actualidad por todo el mundo, ello no implica que la capacidad para reflexionar
acerca del sufrimiento de gente distante sea sensiblemente mayor. En la vida
moderna –una vida en la cual lo superfluo reclama nuestra atención— parece
normal apartarse de las imágenes que simplemente nos provocan malestar. Mucha
más gente cambiaría de canal si los medios informativos dedicasen más tiempo a
los pormenores del sufrimiento humano
causado por la guerra y otras infamias. Pero probablemente no sea cierto que la
gente responde en menor medida.
“El hecho de que no seamos transformados por completo, de que
podamos apartarnos, volver la página, cambiar de canal, no impugna el valor
ético de un asalto de imágenes. No es un defecto que no seamos abrasados, que
no suframos lo suficiente, cuando las vemos. Tampoco se supone que la fotografía
deba remediar nuestra ignorancia sobre la historia y las causas del sufrimiento
que selecciona y enmarca. Tales imágenes no pueden ser más que una invitación a
prestar atención, a reflexionar, a aprender, a examinar las
racionalizaciones que sobre el sufrimiento
de las masas nos ofrecen los poderes establecidos. ¿Quién causó lo que muestra
la foto? ¿Quién es responsable? ¿Se puede excusar? ¿Fue inevitable? ¿Hay un
estado de cosas que hemos aceptado hasta ahora y que debemos poner en
entredicho? Todo ello en el entendido de que la indignación moral, como la
compasión, no puede dictar el curso de las acciones.
“La frustración de no poder hacer algo relativo a lo que
muestran las imágenes quizá puede traducirse en la acusación de que es
indecente el modo en que se difunden: acompañadas, como bien podría ser el
caso, de anuncios de emolientes, analgésicos y todoterrenos. Si pudiéramos
hacer algo respecto de lo que muestran las imágenes, tal vez estas cuestiones
nos importarían mucho menos.
“Las imágenes han sido
denostadas como el medio a través del cual se mira el sufrimiento a distancia,
como si hubiera otra manera de mirar. Pero mirar de cerca –sin la mediación de
una imagen— es sólo mirar, de todos modos.
“Algunos de los reproches aducidos contra las imágenes de
atrocidades no se distinguen de las caracterizaciones de la propia vista. La
vista no requiere esfuerzo; sí requiere distancia espacial; la vista puede
apagarse (tenemos párpados en los ojos, no tenemos puertas en las orejas). La
mismas cualidades que llevaron a los
antiguos filósofos griegos a tener a la vista por el más excelente, el más
noble de los sentidos, en la actualidad se relaciona con una deficiencia.
“Se tiene la impresión de que hay algo de incorrección moral
en el compendio de la realidad que ofrece la fotografía; que no se tiene el
derecho de padecer desde lejos el sufrimiento de los demás, despojado de su
poder vivo; que el coste humano (o moral) es demasiado alto para esas
cualidades de la vista admiradas hasta entonces: apartarse de la agresividad
del mundo es lo que nos permite la observación y la atención electiva. Pero es
sólo la mera descripción del funcionamiento de la propia mente.
“No hay nada de malo en apartarse y reflexionar. Nadie puede
pensar y golpear a alguien al mismo tiempo.”
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Ante el dolor de los demás, de Susan Sontag. Prólogo de Sami Naïr. Traducción de Aurelio Major. Pag. 142-147. Círculo de Lectores, Barcelona, 2003.
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Ante el dolor de los demás, de Susan Sontag. Prólogo de Sami Naïr. Traducción de Aurelio Major. Pag. 142-147. Círculo de Lectores, Barcelona, 2003.