FRASEO
Cortázar
lector y músico
La
biblioteca del escritor argentino Julio Cortázar (Bruselas, 1914- París, 1984),
que su viuda y albacea literaria, la traductora Aurora Bernárdez, donó en 1993 a
la Fundación Juan March de Madrid, consta de 3786 libros de literatura, música,
cine, política y cultura latinoamericanas, entre otras materias. Numerosos
ejemplares están anotados por el escritor, que ha dejado en ellos huellas
elocuentes de su relación con los libros. Muchos contienen dedicatorias
reveladoras de conocidos autores. Los libros están en la biblioteca de la sede
madrileña de la Fundación March y pueden ser consultados por investigadores. Además,
una aproximación a las portadas originales y los textos de dedicatoria pueden
ser vistos desde cualquier lugar en la Biblioteca virtual de Cortázar,
conectándose con la página web de la Fundación (1). En este sitio hay una relación muy
completa de los libros publicados por el autor y de todas las traducciones que
se hicieron de ellos.
El actual
centenario del nacimiento de Cortázar --y el cincuentenario, el año pasado, de
la publicación de Rayuela-- multiplicaron
todo tipo de referencias y actos en torno de su obra, como el que acaba de
celebrarse en el pabellón argentino del Salón del Libro de París 2014. No es
muy conocido, en cambio, que muchos de los libros que acompañaron al escritor
en su vida pueden verse en la citada página web.
Algunas de
las dedicatorias de esos ejemplares son una muestra no sólo de la relación
personal entre sus interlocutores sino de un momento especial de la literatura latinoamericana. Por ejemplo, la
del cubano José Lezama Lima. Rayuela
se publicó en 1963 en la Editorial Sudamericana de Buenos Aires. Tres años más
tarde apareció en La Habana otro monumento narrativo, Paradiso, del gran escritor y poeta cubano. El ejemplar de ese
libro tiene la siguiente dedicatoria:
“Para mi
querido amigo Julio Cortázar, el mismo día que recibí su magnífica Rayuela le envío mi Paradiso. Entre Ud. y yo hay un cariño muy grande, sin habernos
casi tratado, a veces lo atribuyo al común ancestro voseo, pero otras me parece
como si los dos hubiésemos estudiado en el mismo colegio, o vivido en el mismo
barrio; o porque cuando uno de nosotros dos duerme el otro vela y cree en la
buena estrella. Pronto le escribo sobre su novela. Venga otra vez por La
Habana; todos nosotros lo recordamos y lo admiramos. Y lo esperamos siempre. Mi
mejor abrazo es para J. Cortázar. Suyo, J. Lezama Lima”.
En una carta
del escritor argentino dirigida a Paco Porrúa, el editor y segundo lector del
original de Rayuela (la primera fue
Aurora Bernárdez), le dice: “Vos sabés que para mí Lezama es uno de los
monumentos del barroco americano: que le haya gustado mi libro me parece una
recompensa como pocas”. En otra carta del mismo año, 1965, esta vez dirigida al
escritor argentino Leopoldo Marechal, autor de Adán Buenosayres, señala: “Me alegra de verdad que Rayuela
signifique algo para usted, porque para mí es la prueba de que esa tentativa ha
cuajado, por lo menos parcialmente (…) Usted nos marcó un gran rumbo con su Adán…”
Ambas cartas
figuran en el apéndice La historia de
`Rayuela´ en las cartas de Julio Cortázar, publicado en la reciente edición
conmemorativa de la novela (2).
CORTÁZAR EN 1967 Fotografía de Alberto Jonquières. |
El mundo del jazz. Además de las abundantes referencias
al contenido de la biblioteca del escritor, en la página web de la Fundación Juan March hay un amplio capítulo dedicado a la
presencia de la música, sobre todo a la música de jazz, en toda la obra
literaria de Cortázar (3). Y especialmente en Rayuela.
En noviembre del año pasado se realizaron en la sede de esa institución
tres conciertos –a cargo de otros tantos grupos de jazz— con los temas citados
por el escritor en sus narraciones. Acompañó a esos conciertos una pequeña
muestra de los libros sobre jazz que poseía, entre ellos un
ejemplar dedicado de Scat: una
interpretación gráfica del jazz (1974), del gran ilustrador y artista
Hermenegildo Sábat.
En estos
enlaces (4) pueden verse los programas ejecutados y sus intérpretes y oírse la
presentación general del ciclo.
Los
conciertos se desarrollaron a sala llena y en uno de ellos, el pianista
Federico Lechner, además de tocar los temas programados, tomó un viejo ejemplar
de Rayuela que estaba apoyado sobre
el piano y, ante la sorpresa del auditorio, leyó en voz alta, como si fuera un
tema musical más, el texto número 68
ubicado en la tercera parte de Rayuela
titulada De otros lados (capítulos
prescindibles).
Es éste:
68
“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.”
68
“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.”
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(1) Biblioteca
Julio Cortázar en la Fundación Juan March:
(2) Rayuela. Edición conmemorativa de los
cincuenta años de su publicación. Alfaguara, 2013. 627 páginas.
(3) El jazz en la obra de Julio Cortázar, selección y edición de José Luis Maine:
(3) El jazz en la obra de Julio Cortázar, selección y edición de José Luis Maine:
(4) Presentación
del ciclo de conciertos: