Mahmud Darwix (Birwa, aldea de Palestina, 1941- Houston, 2008)
El gran
poeta Mahmud Darwix nació en 1941 en Birwa, una aldea de la Palestina del Mandato
británico donde sus padres cultivaban una pequeña parcela. De niño, con siete
años, conoció la expulsión de su tierra a raíz de la creación del Estado de
Israel en 1948. Su familia debió refugiarse en el Líbano, y después de un año de
permanecer en ese país regresó clandestinamente a Galilea, al norte del nuevo Estado,
donde ya su pueblo había desaparecido. Estudió en árabe y hebreo en diversas escuelas
israelíes. En Haifa trabajó como periodista, se inició en la militancia
comunista y comenzó a publicar sus poemas. Su actividad política contra la
ocupación de Palestina le valió la cárcel varias veces en la década de los años
sesenta. Hasta que en 1971 marchó a un exilio que duró 25 años.
En esa condición vivió sucesivamente en El Cairo, Beirut, Túnez y
París. Integró el Comité Ejecutivo de la OLP, del que dimitió en 1993 con
críticas a los Acuerdos de Oslo, que esta organización firmó ese año con el Gobierno de Israel,
al considerar que no garantizaban suficientemente una paz justa ni la retirada de los territorios ocupados. Desde 1996 residió entre Amman, la capital jordana,
y Ramala, en Cisjordania, donde dirigió la revista literaria Al Karmel. Murió a los 67 años en un
hospital de Houston (EE UU), después de una operación a corazón abierto, en
2008.
Pese a haber
encarnado durante años la figura del “poeta nacional palestino”, su
obra en verso (una veintena de libros) y en prosa impide todo reduccionismo: es de un registro amplio, innovadora y de gran
complejidad, y ha perdurado más allá de las circunstancias vitales e históricas que le
dieron origen. Darwix es el poeta palestino más leído y traducido. Y su obra, muy
difundida también en Occidente, se ha
convertido en un referente de la literatura árabe de la segunda mitad del siglo
XX.
La siguiente
es una selección de textos del libro Poesía escogida (1966-2005) de Mahmud
Darwix, que la arabista Luz Gómez García vertió en un límpido castellano. Los poemas reproducidos --pertenecientes a distintas épocas-- están precedidos por una breve semblanza de la obra de Darwix, trazada por la traductora en el prólogo de esta antología (1).
(....) "La búsqueda constante de la fuerza creativa interior, marginando lo accidental e investigando en lo esencial, y una constante autocrítica, aún mayor que su ironía, han llevado a Darwix a rebelarse contra todo éxito fácil y placentero. Y entre dialéctica interna y discusiones críticas ha ido decantándose una experiencia poética marcada ante todo por la mundanidad y la modernidad."
"La poesía de Darwix reinstala al hombre en su lugar, pero no lo ancla a un paisaje y a un tiempo unívocos, sino que lo sitúa en un permanente tránsito, en un entredós cuyo fin es hacerse reconocer y al tiempo conocerse a sí mismo. Es una poesía que discurre entre los meandros de la épica y de la tragedia resistiéndose a marginar lo lírico". (...)
A mi madre
Añoro el pan de mi madre,
el café de mi madre,
las caricias de mi madre...
Día tras día
en mí crece la infancia
y amo mi vida, pues
de morir
me avergonzarían las lágrimas
de mi madre.
Haz de mí, si vuelvo un día,
chal para tus pestañas,
cubre mis huesos con hierba
bautizada por tus puros talones,
átame
con un mechón de tus cabellos...
con una hebra del bordado de tu vestido...
Puede que me convierta en un dios,
que en un dios me convierta
si toco el fondo de tu corazón.
Ponme, si es que regreso,
como leña en la lumbre de tu fuego,
como cuerda de tender en la azotea de casa,
porque no puedo levantarme
sin tu oración de cada día.
He envejecido, devuélveme las estrellas de la infancia
para que comparta
con los pájaros más pequeños
la senda del regreso
al nido en que aguardas.
(Del libro Enamorado de Palestina, 1966)
La lluvia primera
Bajo la lluvia suave
sus labios eran
una rosa que crecía en mi piel,
y sus pupilas
un horizonte que incluía mi ayer
y mi futuro...
Ella era lo más dulce para mí
tan dulce que compensaba la tumba
que albergaba.
Yo llegué a ella con la hoz centellante
y coplas que arrancaban a las carnes de mi padre
fuego y ayes
(yo tenía en la lluvia primera,
oh tú, ojos negros,
un jardín y una casa,
tenía un abrigo de lana
y la siembra,
tenía en tu puerta perdida
la noche y el día).
Me preguntará por las citas apuntadas
en el cuaderno de barro,
por el clima del lejano país
y el puente de los que se van,
por la tierra que se lleva
en una semilla de higo,
me preguntará por espejos que se rompieron
hace años...
Cuando la despedí
a la entrada del puerto
sus labios eran
un beso
que grababa en mi piel la cruz del jazmín...
(Del libro Los pájaros mueren en Galilea, 1969)
Sobre esta tierra
Sobre esta tierra hay por qué vivir: los titubeos de abril,
el olor del pan al amanecer, el amuleto que una mujer le da
a un hombre, las obras de Esquilo, los comienzos del amor,
la hierba sobre una piedra, madres en vilo por el hilo de una
flauta, y el miedo de los invasores a los recuerdos.
Sobre esta tierra hay por qué vivir: los últimos días de
septiembre, una mujer que sale de los cuarenta como
melocotón maduro, la hora del sol en la cárcel, nubes que
semejan un tropel de criaturas, los vítores de un pueblo a
quienes encaran risueños la muerte, y el miedo de los tiranos
a las canciones.
Sobre esta tierra hay por qué vivir: sobre esta tierra señora
de la tierra, madre de los inicios y madre de los finales. Se
llamaba Palestina. Se sigue llamando Palestina. Mi señora:
yo tengo, porque tú eres mi señora, tengo por qué vivir.
(Del libro Menos rosas, 1986).
Sin exilio, ¿quién soy?
Extranjero a orillas del río, como al río...me ata
a tu nombre el agua. Nada me devuelve de mi lejanía
a mi palmera: ni la paz ni la guerra. Nada
me incorpora a los Evangelios. Nada...
Nada brilla mientras sube y baja la marea
entre el Tigris y el Nilo. Nada
me apea del bajel del Faraón. Nada
me tiene o hace que yo tenga una idea: ni la nostalgia
ni la promesa. ¿Qué haré? ¿Qué
haré sin exilio, sin una larga noche
que escrute el agua?
Me ata
a tu nombre
el agua...
Nada me lleva de las mariposas de mi sueño
a mi realidad: ni el polvo ni el fuego. ¿Qué
haré sin la rosa de Samarcanda? ¿Qué
haré en una plaza que bruñe a los rapsodas con piedras
lunares? Tú y yo nos hemos vuelto tan ligeros como
nuestros hogares
a merced de los vientos lejanos. Hemos trabado amistad
con los raros
seres que habitan las nubes...Nos hemos liberado
del peso de la tierra de la identidad. ¿Qué haremos...qué
sin exilio, sin una larga noche
que escrute el agua?
Me ata
a tu nombre
el agua...
Sólo tú quedas de mí, sólo
yo de ti, un extranjero que acaricia el muslo de su
extranjera: Oh
extranjera, ¿qué vamos a fabricar en esta calma
que apuramos...en esta siesta entre dos mitos?
Nada nos tiene: ni el camino ni la casa.
¿Fue este camino así desde el principio,
o acaso nuestros sueños hallaron una yegua
de los mongoles sobre la colina y nos sustituyeron?
¿Qué haré?
¿Qué
sin
exilio?
(Del libro La cama de la extranjera, 1999).
En Jerusalén
En Jerusalén, esto es, intramuros,
camino de un tiempo a otro sin recuerdos
que me guíen. Allí los profetas se reparten
la historia de lo sagrado...Suben al cielo
y vuelven menos abatidos y menos tristes, pues
el amor
y la paz son dos santos camino de la ciudad.
Bajo una cuesta murmurando: ¿Tanta
discrepancia por lo que dicen que dijo la luz en
una piedra?
¿Por una piedra de avara luz estallan las guerras?
Camino dormido. Entresueños, abro bien los ojos. Nadie
detrás. Nadie delante.
Toda la luz es mía. Sigo. Me hago más ligero. Echo
a volar
y me transfiguro. Las palabras
brotan como las hierbas de la boca profética
de Isaías: "No se salvará quien no creyó".
Sigo andando como si no fuera yo. Mi herida es
una rosa
blanca de los Evangelios. Mis manos, dos palomas
que sobrevuelan la cruz y cargan con la tierra.
No sigo, echo a volar. Me transfiguro.
Ni tiempo ni espacio. ¿Quién soy?
Yo no soy yo ante la ascensión de Mahoma. Pero
pienso: Sólo él, el Profeta,
hablaba el árabe clásico. "Y ¿qué?"
¿Cómo que y qué? De pronto, una soldado me grita:
¿Otra vez tú? ¿No te había matado?
Sí...pero, como tú, me olvidé de morir.
Nada me gusta
"Nada me gusta"
dice el viajero en el autobús --ni la radio,
ni la prensa de la mañana, ni los fortines
en los cerros. Quiero llorar /
El conductor le dice: Aguarde a la parada
y llore a solas cuanto le plazca/
Una señora dice: Ni a mí. A mí
nada me gusta. Le enseñé la tumba a mi hijo,
le gustó y se durmió sin despedirse de mí /
El universitario dice: Ni a mí. A mí nada
me gusta. He estudiado arqueología sin dar
con la identidad en las piedras. ¿De veras
yo soy yo?
El soldado dice: Ni a mí. A mí
nada me gusta. Siempre asedio una sombra
que me asedia/
El conductor, nervioso, dice: Ya
estamos llegando a la última parada, prepárense
para bajar.../
Ellos le gritan: Queremos la parada de después de la
parada,
¡arranque!
Pero yo le digo: Déjeme bajar. A mí,
como a ellos, nada me gusta, y estoy cansado
de viajar.
(Los dos poemas pertenecen al libro No te excuses, 2004).
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El viaje a Gaza
El fragmento siguiente pertenece al libro En presencia de la ausencia (2), la autobiografía
en prosa poética del escritor. El autor viajó a Gaza en 1994. Han pasado
dos décadas desde entonces hasta la tragedia actual en la Franja.
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(…) Y a la postre viajaste a Gaza. No habías estado antes. Habías
escrito sobre ella y para ella a partir de la imagen que proyectaba: una
fortaleza cercada por el mar, las palmeras, el invasor y los sicomoros. Una
fortaleza inexpugnable. Provocadora desde su mismo nombre: Gaza, orgullo del
orgullo, sin tregua desde que el mundo hizo caer el silencio sobre su largo
sitio. En todo el camino desde El Cairo por las arenas del Sinaí, no has
logrado transformar en palabras coherentes los vaivenes de tus sentimientos.
Se resistían a pasar del corazón a la lengua, como la “ele” del ruso, que sube
desde el estómago y se atranca en el paladar. (...)
El
atarceder en Al-Arix es lento. Los rayos del sol se demoran abrazando las ramas
de las palmeras, y tú contemplas el color fuego que suavemente se filtra y tiñe
las olas, rendidas ante un amor eterno. Un racimo de dátiles maduros nos saluda
con su aroma a verano, como un abanico en manos de un ángel servicial. ¿Cuándo
entraremos en Gaza? – preguntas a tu amigo, que se entretiene con las ascuas
del narguile--. Dice: A la noche. Le dices: Quiero verla con todos los
sentidos. Sonríe: La patria es más bella de noche. Disfruta ahora de la puesta
de sol en el mar de Al-Arix, en Gaza no verás el mar como aquí. Allí el mar es
una colonia. Y repite: La patria es más bella de noche, ten paciencia…Tú
guardas el cuaderno de notas en la cartera, y con él los sentimientos. ¿Qué
sientes? --te pregunta Yáser. Respondes: El camino ha sido tan largo que ha
acabado con todo lo que sentía y esperaba…Ya no siento ni espero nada. Dice:
Mejor.
En la
oscuridad, entramos, o nos infiltramos, en Gaza. Te dejé que fueras delante, y
cargué con tu imaginación. Tú solo no puedes impedir que ella sucumba a la
cruda realidad. Veo cómo hurtas la cara
a las cámaras que se afanan en captar la euforia del que regresa, en
fotografiar las palabras preparadas para denostar el exilio. Dices: Aquí estoy
aunque no he llegado, he venido aunque no he vuelto. No mientes a nadie, ni a
ti mismo, la ocasión no es para andarse con celebraciones. Gaza aún no se ha
repuesto. La destrucción de la Ocupación ha llegado a sus entrañas. Si no
sueñas que hay algo más allá, el mar se quedará sin pescadores en tu lengua. En
semejante noche, descuartizada por los puestos de control, las colonias y las
torretas de vigilancia, el ser humano precisa de una geografía que le diga qué
es lo que separa un paso del siguiente, lo prohibido de lo permitido, tan
difíciles de distinguir como lo claro y lo oscuro de los Acuerdos de Oslo.
Te duermes muy avanzada la noche, con la ayuda de un somnífero. Cuando despiertas,
necesitas cierto tiempo para cerciorarte de que estás en Gaza, a la que
rápidamente has apodado `ciudad del valor y la miseria´. En medio de una
tórrida mañana, vas, con amigos de los que han vuelto, de visita a los
campamentos de refugiados. Camináis penosamente por las callejuelas. Te
avergüenzas de la mera ida del agua y la limpieza. No crees, nunca lo has
creído, que las bolsas de miseria justifiquen mejor que nada la insistencia en
el derecho al retorno. Y luego está lo que más te valdría olvidar: la
conciencia del mundo. Meditas sobre las teorías del progreso y la evolución de
la historia, que quizá han devuelto a la humanidad a las cavernas. Te privas,
por realismo, de la más mínima dosis de optimismo o de entusiasmo, que
sustituyes por una pastilla contra la hipertensión. Dices: Si un día pienso de
manera distinta, habré echado mi conciencia a los perros.
Te preguntas: ¿Qué argucia legal o lingüística puede formular un tratado de paz y buena vecindad entre un palacio y una choza, entre un carcelero y un preso? Caminas por las callejuelas y te avergüenzas de todo: de tu ropa planchada, de la belleza de la poesía y la abstracción de la música, de un pasaporte que te brinda la posibilidad de viajar por el mundo. Te duele demasiado ser consciente. Luego, regresas a la Gaza que no son los campamentos y los refugiados, la Gaza recelosa de los que vuelven, y ya no sabes en qué Gaza estás. Dices:
Aquí estoy pero no he llegado.
He venido ¡pero no he vuelto!
Homenaje en Ramala
El escritor Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) recibió en marzo de 2011 el Premio Darwish (3) en la ciudad cisjordana de Ramala. Estos fueron algunos conceptos de su discurso de homenaje al poeta:
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“Desde Crónica de la tristeza ordinaria a los
textos publicados post mortem, la
obra poética de Mahmud Darwish no ha cesado de renovarse sin perder su huella
inconfundible. El poeta no convierte la palabra en arma de combate al servicio
de una causa legítima y justa como la suya: defiende a ésta proyectando una luz
que alumbra también al adversario, a quienes en nombre de la promesa bíblica y
en razón del antisemitismo europeo y la monstruosidad del Holocausto le
privaron de su tierra y le empujaron a la erranza o a vivir entre muros y
alambradas. Con una dignidad admirable, Darwish nos dice que `recordar el genocidio nazi es un deber que
no incumbe tan solo a los judíos. Todos los pueblos cuya conciencia permanece
viva y todos los amigos de la libertad comparten la memoria de las víctimas del
nazismo y la tienen presente en sus espíritus´ (…)”
"En efecto: la poesía de Darwish se dirige también a los israelíes con sentido de la justicia –que, aunque minoritarios, existen— para recordarles que el horror del Holocausto no justifica la permanente humillación a la que someten a los palestinos que viven en su propia tierra bajo un régimen de apartheid que vulnera todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas”.
“Hay que leer y releer a Darwish para no perder la esperanza. La Palestina que le fue arrebatada en la infancia no es un paraíso perdido sino realizable y abierto por tanto hacia el porvenir. Esta fe obstinada de Ulises en un futuro siempre posible confiere a sus poemas esa lucidez, fruto de una visión histórica serena y exenta de odio: una emoción y dolor que, por lo remansados y sobrios, se alzan sobre las vicisitudes dramáticas del momento y asumen misteriosamente el fulgor de la profecía”.
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"En efecto: la poesía de Darwish se dirige también a los israelíes con sentido de la justicia –que, aunque minoritarios, existen— para recordarles que el horror del Holocausto no justifica la permanente humillación a la que someten a los palestinos que viven en su propia tierra bajo un régimen de apartheid que vulnera todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas”.
“Hay que leer y releer a Darwish para no perder la esperanza. La Palestina que le fue arrebatada en la infancia no es un paraíso perdido sino realizable y abierto por tanto hacia el porvenir. Esta fe obstinada de Ulises en un futuro siempre posible confiere a sus poemas esa lucidez, fruto de una visión histórica serena y exenta de odio: una emoción y dolor que, por lo remansados y sobrios, se alzan sobre las vicisitudes dramáticas del momento y asumen misteriosamente el fulgor de la profecía”.
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(1) Poesía escogida (1966-2005) de Mahmud Darwix. Edición bilingüe árabe/castellano, Pre-Textos, Valencia, 2008.
(2) En presencia de la ausencia, de Mahmud
Darwix. Prólogo de José Gimeno. Pre-Textos, Valencia, 2011. La traducción de
Luz Gómez García fue premiada como la mejor del año publicada en España. El
libro se editó por primera vez en Beirut en 2006.
(3) Aunque en algunos libros traducidos al español se suele optar por escribir el apellido del poeta
con x final, en ocasiones, como en
este caso, también figura escrito Darwish, por lo que se ha mantenido aquí esa
grafía.
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