La
escritora italiana Elsa Morante (Roma, 1912-1985) ha dejado en su obra una huella literariamente
indeleble de su paso por este mundo. Su presencia en la cultura italiana de la
segunda mitad del siglo XX fue discontinua, pero ha estado igualmente movida
por la pasión. Tuvo momentos iniciales de soledad, épocas de popularidad, reconocimientos
y premios, lecturas críticas minoritarias, ocupó un relativo segundo plano al
lado de sus pares, atravesó silencios y afrontó polémicas públicas. Esta misma semana
de agosto –el sábado 18-- se ha cumplido el centenario de su nacimiento, y con
ese motivo se realizarán en Roma, en octubre próximo –el verano europeo no
parece propicio para esas celebraciones--, actos, lecturas y reediciones de su producción,
integrada por novelas, cuentos, relatos infantiles, poemas, diarios y artículos
(1).
ELSA MORANTE En su mesa de trabajo, escribiendo a mano una de sus novelas. Todas ellas fueron redactadas pausadamente en decenas de cuadernos similares a este |
LA ESCRITORA EN SU JUVENTUD A la derecha, en una calle de la isla de Capri |
Como contribución española a esa conmemoración, la Editorial Lumen ha presentado en la reciente Feria del Libro de Madrid la traducción de la primera de las cuatro grandes novelas de Elsa Morante, Mentira y sortilegio (Menzogna e sortilegio), publicada en 1948 en Italia y que bastante más de medio siglo después no había sido editada aún en castellano (2). Aunque siempre mediando algunos años respecto de la publicación original en italiano, las tres novelas restantes –La isla de Arturo, La Historia y Araceli—habían sido traducidas al español, y algunas de ellas cuentan con recientes reediciones (3).
“Son
más autobiográficas las novelas que cualquier otra cosa que pueda contar de mí
misma. Porque en las novelas sucede como en los sueños: una mágica trasposición
de nuestra vida, tal vez más significativa aun que la vida misma, ya que está
enriquecida por la fuerza de la imaginación”. Esta declaración formulada por la
narradora en 1972, y repetida en distintas ocasiones durante las cuatro décadas
que duró su actividad creadora, resume una idea central para comprender su
obra. Pese a su aparente simplicidad y al hecho de que son muchos los escritores que podrían hacerla
suya, la idea de “trasposición” tiene en Morante una especial constancia y
radicalidad, y está presente en los distintos géneros y registros elegidos por
la autora para expresarla.
Infancia romana. Nacida en Roma en 1912, la escritora creció en una
familia integrada por su madre, la
maestra judía Irma Poggibonsi, y el
educador de origen siciliano Augusto Morante, quien le otorgó el apellido a
ella y a sus tres hermanos pese a no ser su padre biológico. “Irma Poggibonsi,
al constatar que no podía tener descendencia con su marido Augusto, encargó la paternidad a un familiar
siciliano, Francesco Lo Monaco, quien realizaba visitas periódicas a la casa de
los Morante…La escritora observaba lo que sucedía, todavía incapaz de comprender”, señala Flavia Cartoni en la
intoducción al libro de cuentos El chal
andaluz (4). Y agrega: “Sin duda alguna, ese misterio marcó la percepción
de la familia y de los afectos de un modo especial en Elsa, algo fundamental
para entender la relación familiar y sus mutuas hostilidades”.
La
infancia de la escritora transcurrió en el barrio popular de Testaccio, aunque
por un tiempo vivió en una zona rica de Roma en casa de su madrina, que brindaba
esporádicamente ayuda económica a la familia. Desde muy joven, y estimulada por
su madre, Elsa Morante comenzó a escribir numerosos relatos, novelas
cortas y poemas para niños, cuya publicación
en distintas revistas le sirvió para mantener una precaria independencia
económica. Veinte de esos relatos fueron recopilados en su primer libro, El juego secreto (5). Al año siguiente,
1942, se publicó la primera versión del libro para niños Las extraordinarias aventuras de Caterina, ampliado en 1959 (6).
RELATOS PARA NIÑOS La ilustraciones son de la autora |
Morante
se casó en 1941 con el escritor Alberto Moravia, a quien había conocido varios
años antes. La pareja, que en los primeros dos años vivió en Roma (pasando largas temporadas en Anacapri), al enterarse de que el escritor podía ser represaliado
por actividades antifascistas abandonó la capital italiana ocupada para ocultarse
casi hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en el sur del país, en el pueblo de Fondi, de la región del Lazio. En ese tiempo,
Morante escribió la primera versión de Mentira
y sortilegio, y envió años más tarde la redacción definitiva a la escritora
Natalia Ginzburg, quien trabajaba entonces en Einaudi junto con Cesare Pavese e
Italo Calvino. Esa editorial publicó la novela en 1948.
Al
recordar este hecho, Ginzburg (Palermo,
1916-Roma, 1991) escribió: “Leí Mentira y
sortilegio de un tirón y me gustó inmensamente. No estoy segura de haber
tenido en aquel momento plena consciencia de su importancia y su esplendor.
Sólo sabía que me fascinaba y que hacía mucho tiempo que no leía nada que me
diese tanta alegría y felicidad". Al poco tiempo de mandar el original, Elsa
Morante viajó a Turín para corregir las pruebas del libro. Por las tardes,
cuenta Ginzburg, se reunían todos ellos
en un café próximo a la editorial. Morante y Pavese no estaban de acuerdo en
nada y discutían por cualquier cosa, “pero sin animadversión”. Y agrega:
“Durante aquel verano aprendí a amar las carcajadas de Elsa, agudas y
cristalinas, su manera de sujetarse siempre el cabello con el fular, la boca
grande y amarga, y las manos pequeñas y blancas; aprendí a temer sus cambios de
humor, su cólera y sus juicios drásticos (…) Son imágenes lejanas; desde
entonces pasaron muchas cosas, a ella, a mí y al mundo entero, que fueron
cubriendo aquellos días lejanos con una densa cortina de niebla, tierra y
ceniza” (2).
De
aquellos días lejanos procede también el recuerdo del éxito de ventas y la
repercusión obtenida por la segunda novela de Morante, La isla de Arturo, editada en 1957 y precedida, como todas las
suyas, por largos años de elaboración. En la obra, el protagonista adolescente
“recorre el camino de iniciación en el mundo de los adultos”, señala Flavia
Cartoni. “Su historia es compleja; su familia, incompleta (como las familias
morantianas). El padre pasará de ser un ejemplo a imitar a ser un ejemplo a
evitar; del mito a la desmitificación”. Una versión cinematográfica de esta
obra fue realizada en 1962 por el director Damiano Damiani.
El retorno de la historia. Todas las fuentes biográficas destacan las complejas
relaciones del matrimonio entre Morante y Moravia, que duró veinte años de gran
intensidad, hasta la separación en 1961. Eran dos personalidades “muy
independientes y dominantes”. “Teníamos temperamentos muy
distintos. Ella decía que yo era una mezcla de Aquiles y de Hamlet, y que ella
era Don Quijote o Mme Bovary”, comentó Moravia. En esos años la escritora mantuvo relaciones apasionadas
con el director Luchino Visconti y con el joven pintor norteamericano Bill
Morrow y una profunda amistad con el cineasta y escritor Pier Paolo Pasolini.
Los
años sesenta, con sus convulsiones, propiciaron en la autora romana una
revisión crítica de su propia narrativa; trabajó entonces en una novela que
nunca sería editada (Senza i conforti della religione), dio a
conocer en 1965 un libro ensayístico de intervención en las polémicas de la
época (Pro o contro la bomba atómica e
altri scritti) y en 1968, año de las
rebeliones estudiantiles, publicó el poemario
Il mondo salvato dai ragazzini, animado por la utopía de una existencia
libre de las ataduras y los condicionamientos de una sociedad estructurada. En
él figura la canción de los “Felices Pocos” frente a los “Infelices Muchos”. A
los primeros les dice: “Vuestra libertad
consiste en saber / que toda meta de victoria, toda expectativa de aplauso/ es
servil”.
La
historia vivida en Italia en los años
cuarenta, la tragedia de la guerra, el antisemitismo y la sombra del
Holocausto, nutren la sustancia narrativa de la tercera novela, La Historia, en la que a través de los
dramas de una familia romana, víctima de múltiples violencias, y de numerosos
personajes que componen una copiosa novela-río, Morante intenta formular una
acusación “contra todos los fascismos del mundo”, subrayando el drama de los
sacrificados anónimos de la historia, “sujetos de servidumbre” y carne de cañón
de “abstracciones ideales”. La escritora
extrema aquí su notable capacidad narrativa manteniendo un estilo descriptivo
llano y directo, diferenciado del de sus otras novelas, para enlazar los acontecimientos históricos, descritos de
forma documental, con la andadura de los personajes de ficción. La obra fue
publicada, por voluntad de la autora, en ediciones de bolsillo, y adquirió una
gran popularidad. En 1986 Luigi Comencini realizó una adaptación televisiva,
interpretada por Claudia Cardinale, de esta extensa novela.
A las
puertas del cielo. Las relaciones entre las figuras de madre/ padre y de hija/
hijo, presentes obsesivamente en la obra de Elsa Morante y cargadas de una
densa virtualidad, tienen en la última novela de la autora, Araceli, su manifestación más profunda y desesperanzada. Obra de
madurez, dotada de un fluido desarrollo de los cambios temporales y de una rica
elaboración de la psicología de los personajes, reúne en la
búsqueda del origen muchas
de las pulsiones humanas que la escritora trató de diversas formas en su producción. El origen ya no es un territorio edénico sino probablemente el lugar en el que anida el fracaso de la existencia.
Si
bien en otros de sus libros hay referencias a personajes y textos españoles, en
Araceli esa vinculación es
sustancial. El narrador de la historia, Manuele, empleado de una
editorial de Milán, homosexual cuarentón, viaja –en el tiempo y en el espacio—
al pequeño pueblo almeriense de El Almendral en el que nació Araceli, su madre andaluza,
en busca de una respuesta al misterio de su vida. El recorrido físico a España lo realiza
--cuando su madre ya ha muerto— a finales de 1975, en las últimas semanas de la
vida y de la dictadura de Francisco Franco. Ese mismo año se produjo en Italia la
muerte de Pasolini, por lo que algunos críticos relacionaron ciertos rasgos del personaje de
Manuele con la figura del cineasta.
Araceli, altar del cielo. Morante no renuncia a estas formas explícitas de evocación contenidas en los nombres de sus personajes. La narradora de Mentira y sortilegio, Elisa, remite a la pauta de elaboraciones autobiográficas imaginarias que persigue su autora, Elsa. La construcción de esas figuras-máscaras también es reveladora, ya que pueden adoptar la óptica de niños o adolescentes, mujeres u hombres de una sexualidad desplazada, que aparece con frecuencia como interpuesta en la consumación del amor, sólo posible en el terreno de las fantasías infantiles, las aproximaciones incestuosas o las evocaciones mágicas del pasado. La vía de los sentimientos es, en Morante, un riesgo permanente para los personajes, ya que la acechan la humillación o el sufrimiento.
Araceli, altar del cielo. Morante no renuncia a estas formas explícitas de evocación contenidas en los nombres de sus personajes. La narradora de Mentira y sortilegio, Elisa, remite a la pauta de elaboraciones autobiográficas imaginarias que persigue su autora, Elsa. La construcción de esas figuras-máscaras también es reveladora, ya que pueden adoptar la óptica de niños o adolescentes, mujeres u hombres de una sexualidad desplazada, que aparece con frecuencia como interpuesta en la consumación del amor, sólo posible en el terreno de las fantasías infantiles, las aproximaciones incestuosas o las evocaciones mágicas del pasado. La vía de los sentimientos es, en Morante, un riesgo permanente para los personajes, ya que la acechan la humillación o el sufrimiento.
El
crítico literario Lorenzo Mondo, del diario La
Stampa, vio en esta última novela, que culmina en más de un sentido la obra
de la escritora, un viaje a las raíces del dolor, a través del lento y minucioso
análisis de los sentimientos del protagonista, en el que “se confunden la
añoranza y la protesta, el horror y el éxtasis”. En la apelación a un Dios
inexistente, esa búsqueda se tiñe, concluye, “de una oscura sacralidad”.
Tras
los cinco años que le llevó la escritura de Araceli,
la resistencia física de Elsa Morante cedió y comenzó entonces un período de
infortunios y males físicos que le impidieron moverse y salir de su casa. Después de
un intento de suicidio, la escritora sobrevivió durante largos meses en una clínica romana, en la
que murió en 1985, a los 73 años de edad.
LOS ÚLTIMOS AÑOS Morante murió en una clínica de Roma en 1985 |
La palabra como una rosa. La recepción crítica de la obra morantiana ha sido
tan contrapuesta como variada de registros y ajena a modas se manifestó ésta en
el panorama literario italiano y europeo. En un excelente estudio (7) sobre las
relaciones entre autobiografía y escritura en Elsa Morante, la profesora y
ensayista Vanna Zaccaro subraya que la literatura no es para esta autora “una
actividad compensatoria o consoladora, sino que coincide con un verdadero
recorrido existencial que atraviesa la entera parábola de su vida, desde sus
primeros relatos, escritos cuando aún era una niña, hasta la última novela, Araceli, escrita ya en edad avanzada”.
Este
registro no se constituye “sólo como transcripción de una conciencia particular
sino que, por el contrario, para Elsa, la escritura es una operación que trasciende los límites de una
conciencia individual para convertirse en la voz del alma universal, para
restituir la integridad de lo real”. El arte como lo contrario de la
desintegración. Más adelante,
puntualiza: “Elsa cree en el valor cognoscitivo y ético de la escritura,
pero necesita comprender hasta qué punto y en qué medida la literatura puede
encauzar el desorden y la irrealidad del mundo…Esta búsqueda, este estudio
problemático y perplejo, se manifiesta en la tensión íntima de la página
literaria, en las vibraciones y en las distorsiones del lenguaje, en su
ambigüedad y complejidad, en su movimiento cambiante y dinámico”
La
palabra es, entonces, irrenunciable. En 1959, Morante escribe: “La palabra se
renueva siempre en el acto de la vida y (a menos que ocurra un enorme
desmoronamiento de la civilización) no puede disminuirse convertida en objeto
práctico, apagado y gastado…La palabra renace junto a la vida, cada día, fresca
como una rosa”. Así, interpreta Zaccaro, si bien de modo problemático y plagado
de obstáculos, la autora continúa obstinadamente ejerciendo su mandato; no
renuncia a la palabra y con ella “no renuncia a amar”.
De la juventud a la madurez. Mentira y
sortilegio se publica, pero sobre
todo se gesta en su versión definitiva, en los años de la Liberación y la
posguerra italiana, cuando el entusiasmo por edificar el futuro impulsaba a los
creadores, y, en el caso de la literatura, el neorrealismo era la tendencia
predominante. Se van publicando no obstante las primeras obras de escritores
bastante diferentes entre sí: Vasco Pratolini, Primo Levi, Carlo Emilio Gada,
Alberto Moravia, Leonardo Sciascia, Italo
Calvino, Giorgio Bassani, entre otros.
Uno
de los principales especialistas en la obra de Elsa Morante, el ensayista y crítico
Cesare Garbori (Viareggio, 1928-Roma, 2004) subrayó ese hecho: mientras los
ojos de todo el mundo apuntaban hacia el futuro y hacia la realidad, la mirada
de la escritora se apartaba del presente para fascinarse con la profundidad de
un escenario espectral y lejano: “Esta es una de las tantas singularidades
–escribe--, la primera, sobre las cuales la fábula de Menzogna e sortilegio, fábula de fuego fantástico y fatuo,
incandescente al extremo de transformarse
en ceniza sin atravesar pasajes intermedios, nos invita a reflexionar.
Esta novela central en la historia literaria de nuestro siglo parece nacida
fuera de la Historia, ideada en la más completa ignorancia de la tragedia que
apenas había finalizado y aún se consumaba en nuestro país”. La propia autora señaló, en un texto de
finales de los años cincuenta, la forma en que la guerra trastornó sus
imaginaciones juveniles: “El pasaje de la fantasía a la conciencia (de la
juventud a la madurez) significa para todos una experiencia trágica y
fundamental. Para mí, tal experiencia ha sido anticipada y representada por la
guerra; es allí donde, precozmente y con ruinosa violencia, he hallado la
madurez. Todo esto lo he dicho en Menzogna
e sortilegio, aunque en la novela no se habla para nada de la guerra”.
Garbori
recuerda que parte de la crítica objetó “la
ambigüedad de la ambientación histórica de la novela”. “No se perdonaba
fácilmente a una novela de 1948 ser al mismo tiempo fantástica y realista,
deudora de la realidad y de su contrario, narrada con una minuciosidad de
orfebre y tratada con las tintas fuertes de un folletín”. La objeción era una trampa, añade, ya que la
novela muestra una delimitación precisa: cubre un arco de tres generaciones,
desde las décadas finales del siglo XIX a la primera del XX y su acción se
desarrolla en Sicilia antes de la guerra del 14.
Finalmente,
Garbori –que ganó el Premio Elsa Morante
de ensayo en 2002-- se pregunta si puede llamarse amor el representado en Mentira y sortilegio: “El síndrome del
amor morantiano no es fácilemente clasificable. En ella el amor es una pasión
sublime pero infecta; es el viento que todo lo trastoca, pero también la planta
inseparable de su oscura y soterrada raíz social. Ese nexo entre las pasiones
del corazón y su determinación social es uno de los rasgos más originales de la
novela”, concluye.
Meditación sobre la parodia. El filósofo Giorgio Agamben (Roma, 1942) cree por su parte que la parodia constituye la clave estilística del
universo de Elsa Morante. En uno de los breves ensayos de su
luminoso libro Profanaciones (8) –el titulado precisamente “Parodia”— Agamben recuerda que esa palabra
comparece en la novela La isla de Arturo como un epíteto que obliga a Arturo, que no
entiende bien su significado, a consultar el diccionario, donde obtiene la
siguiente definición: “Imitación de los versos de otro autor, en la cual aquello
que en el original era serio se vuelve ridículo, o cómico, o grotesco”. La palabra
acompaña un momento de revelaciones que
llevan al personaje a separarse finalmente del padre, de la isla y de la
infancia.
El
ensayista sostiene que “según una especial intención alegórica –de la que no
es difícil encontrar precedentes en los textos medievales, pero que resulta
casi única en la novela moderna-- Elsa Morante ha hecho de un género literario
–la parodia— el protagonista de su libro. La
isla de Arturo se presenta, desde esta perspectiva, como la historia del
desesperado amor infantil de la autora por un objeto literario que al principio
parece muy grave y casi legendario, pero que se revela, al final, sólo
accesible de forma paródica”. Además:
“La dedicatoria poética al inicio de La isla de Arturo instituye una
correspondencia entre la `pequeña isla
celeste´, que es el lugar donde transcurre la novela (¿la infancia?), y el limbo. La correspondencia tiene, sin
embargo, un final amargo, que enuncia: fuera
del limbo no hay elíseo. Amargo, porque implica que la felicidad sólo puede
existir de forma paródica (como limbo, no como elíseo, otra vez un cambio de
lugar)”.
Probablemente
más que en sus relaciones con otros escritores, la amistad iniciada
en los años cincuenta por Morante y Pasolini involucra a la literatura de ambos
de manera especial. Agamben recuerda que
el poeta Franco Fortini aconsejaba leer al último Pasolini en estrecho diálogo
con Morante. Precisamente en un comentario sobre La isla de Arturo, Pasolini formula en 1957 una lúcida visión sobre
la escritura de su amiga: “Indudablemente”, dice, “si se la compara con otras
obras de los últimos años, parece una excentricidad surgida de un fondo
existencial cuya única orientación es psicológica: de modo que el primer paso
para aceptarla es tener una sensibilidad empática”.
Al referirse a la lengua utilizada en la novela, Pasolini encuentra “una
sustancial ingenuidad que contradice íntimamente cualquier exceso `decadentista´,
a causa de un cándido respeto de la escritora hacia los objetivos lingüísticos
tradicionales más comunicativos”. Y
concluye: “La obra de Morante es excéntrica e irrepetible sólo en la medida en
que estos son rasgos necesarios de toda obra de arte. No sólo guarda una estrecha
relación con su marco histórico, sino que lo modifica por dentro con su propia
presencia”.
El nuevo Rimbaud. Desde los primeros momentos en que se conocieron,
Pasolini se le apareció a Morante “como un nuevo Rimbaud”, al ser uno de los
pocos autores italianos del siglo XX en repetir “una experiencia como la de Rimbaud
un siglo antes”, indica la filóloga Sandra Bardotti en su artículo La Reina exigente y la Madre consoladora.
Posteriormente, ambos compartieron
temas, intereses, intentos, una proximidad ideológica que pese a las polémicas
mantenidas entre ambos se manifestó especialmente en los años sesenta. También hubo
intercambios literarios no siempre elogiosos. Ya en el pasoliniano Poesia
in forma di rosa Morante advertirá una raíz
narcisista y una cierta mala fe ideológica que no le gustan. Tras la
lectura del libro, en 1964, le envía a su amigo un cáustico texto manuscrito, Madrigale in forma di gato, que finaliza
con estos versos: “El chico que se considera protagonista del
mundo/ (protagonista aunque sea bandido,
y mucho más al ser bandido…) / estará siempre feliz en el centro de la rosa.
/ Y feliz ignorará a los otros pecadores
alejados de la rosa/ y alejados de sí mismos/ solos sin ningún adiós. Agonías
sin ningún llanto y ninguna/ rosa/ El gato que no muere.
Morante
ha ocupado un lugar central hasta los últimos años de la vida de Pasolini, afirma
Bardotti, y cita el retrato que el escritor ofrece de Elsa en Petróleo
(9), novela publicada póstumamente en Italia en 1992. En sus páginas, el Pasolini-narrador
formula esta recreación literaria: “…Ella, la persona que había buscado
Tetis, era en cambio dulce, humana, dueña de su pensamiento, por más que su
fondo pudiera ser pasional, visceral y tempestuoso (…) Sus cabellos eran
castaño claro, abundantes y ondulados como los de las mujeres de unos veinte
años antes. Los ojos eran azules como los de ciertos gatos, y oblicuos, ora
pacíficos –hasta demasiado--, ora relampagueantes, pero de manera inestable, de
una agresividad neurótica e intelectual”. La descripción finaliza con este enigmático reproche: “Era
muy probable que aquella persona que Tetis había escogido como confidente –vale
decir, como depositaria de un secreto que no podía sino ser de un enorme valor
público, una vez revelado— hubiese tenido la valentía, más aún, la extremista
temeridad de hacer buen uso de él; pero evidentemente no quería (…) Pasaron
quince días y siempre Tetis se mantuvo a su lado. Pero ella, por partido
tomado, a esas alturas, o, como se suele decir en nuestro horrible lenguaje,
por elección ideológica, había decidido no escucharlo”.
`Moranteana´
(cinco fragmentos para un final)
(10)
"El amor por mi madre era algo sagrado y denigrante al mismo tiempo, semejante al sentimiento de un salvaje ante una aparición mágica. Para mí, su grandeza era tal que no me habría sorprendido verla sentada en un trono. Ni siquiera se me pasaba por la cabeza pensar que las señoras y las damas de más categoría, entre las cuales yo la habría considerado reina, pudiesen darle de lado o despreciarla (…) Su brusca y seca severidad me tenían en un estado de perpetua sumisión y angustia. Pero lo raro es que este sentimiento no me resultaba odioso; todo lo contrario, anhelaba continuamente la compañía de mi tirana. La verdad es que, cuando el corazón me latía fuerte, no era solo por miedo; sentía un incurable deseo de conquistar su cariño, qué digo, incluso su admiración”.
(De Mentira y sortilegio, p.645/646, Lumen).
“Mi voluntad me exigía permanecer toda la noche despierto, pero al mismo tiempo hubiera querido caer en un gran letargo, que durase días, meses y siglos, como en los cuentos. Mis párpados ardían, pero no tenían sueño. Después de un rato, encendí la luz y escribí una carta para mi padre. No conservo en mi memoria, naturalmente, el texto exacto de esa carta, pero recuerdo muy bien los conceptos. Más o menos, debía decir lo siguiente: `Querido Pa, mis últimas palabras, que ahora te escribo, son éstas. Te has equivocado esta noche si creíste de verdad que yo todavía deseaba viajar junto contigo, como cuando era niño. En aquel entonces quizás fuese verdad que lo deseaba, pero ese deseo se terminó. Y te equivocas también si crees que siento envidia de tus amigos. Cuando niño, quizá es cierto que los envidiara, pero ahora sé que son unos monstruos delincuentes y unos seres horribles y hediondos. Y espero que alguna vez, allá en las ciudades donde te encuentras con ellos, alguno te mate. Porque te odio, y hubiera preferido nacer sin padre. Y sin madre, y sin nadie. Adiós. Arturo´.”
(De La isla de Arturo, p. 260/261. Planeta/Bruguera).
“En seguida llegaron a la cabaña donde Andrea, después de quitarse la ropa de calle, hizo el ademán de ponerse de nuevo el hábito; pero Giuditta (que se había entristecido con sólo ver esa ropa negra) le disuadió, con argumentos muy acertados, de mostrarse esa noche vestido como un cura joven. Y como, al quitarse la ropa prestada, Andrea no tenía qué ponerse, le cubrió con un gran chal andaluz, que formaba parte de una ropa suya de teatro que no había cabido en la maleta y que llevaba doblado en el brazo. Además (argumentó para convencer a su hijo) desde la cabaña hasta el establo no podía encontrarse a nadie (…); y en el hotel, a esa hora, sólo encontrarían al portero de noche (medio dormido detrás de su mesa, en el vestíbulo oscuro); y éste, habituado al ir y venir de la gente de teatro, seguramente no se interesaría por el paso de un chal andaluz y, a lo mejor, tomaría a Andrea por una muchacha”.
(De El chal andaluz, p.216/217, Cátedra).
“Se había acostado vestida, e igual de vestido había dejado a Useppe; y ni siquiera había tomado el somnífero, para evitar que los alemanes, si venían a buscarla durante la noche, la sorprendieran desprevenida. Estrechaba contra sí a Useppe, pues había decidido que, apenas oyese afuera los inconfundibles pasos de los militares y sus llamadas al portón, intentaría escapar por los prados, descolgándose desde el tejado con su hijo en brazos: y si la perseguían correría a todo correr hasta el canal para ahogarse con el niño. Los miedos incubados durante años, al romperse en el terror inmediato de esa noche, crecían en una fantasía excitada y sin desahogos (…) De nuevo, como en el pasado, sus contradictorios temores perseguían al final un misterioso cometa, que la invitaba a seguirla hacia los judíos; prometiéndole, allá al final, un establo maternal, cálido de alientos animales y de grandes ojos no juzgadores, sólo compasivos”.
(De La Historia, p.295/296. Círculo de Lectores).
“Ya entonces estaba claro que en mi convulsa inocencia me hacía trampas a mí mismo. Y el juego no ha cambiado, porque aún hoy esta especie de monólogo desordenado que voy recitándome a mí mismo yo lo tejí desde el comienzo con los hilos del equívoco y de la impostura. Anda, niño, anda. Como un huerfanito del campo me voy contando a mí mismo fabulillas parroquiales. Y corro tras mi madre-novia y su icono musical rechazando como una intrusa a aquella otra Araceli hecha mujer que, en realidad, me ha dejado obscenamente huérfano aún antes de estar muerta. Hoy intento ocultarme a mí mismo que esta segunda Araceli también es mi madre, la misma que me llevó en su seno (…) Por más que me empeñe en rechazarla, ella no me libera de sus visitas, en las que a menudo se empareja con la primera Araceli, semejante a una sosias desfigurada. Una Araceli me roba a la otra, y se trasmutan y se doblan y se desdoblan la una en la otra. Yo amo a ambas, no como alguien desgarrado entre dos amores, sino como el amante de un híbrido cuya especie, en el orgasmo, no reconoce, ni cuyas tramas comprende”.
(De
Araceli, p.35/36. Bruguera).
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(1) Para mediados de octubre de 2012 está prevista la
publicación por la editorial Einaudi del libro L´amata. Lettere di e a Elsa Morante, a cargo de uno de los sobrinos
de la escritora, Daniele Morante. Incluye la correspondencia intercambiada con
personas vinculadas a su vida, desde Alberto Moravia a Giacomo Debenedetti y
Pier Paolo Pasolini.
La misma editorial reeditará Il mondo salvato dai ragazzini e altri poemi, con prólogo de
Goffredo Fofi.
La antología de poemas Alibi, por su parte, se acaba de reeditar en bolsillo, con el
apéndice titulado Quaderno inédito di
Narciso.
El Premio
Morante, cuyo jurado está
presidido por Dacia Maraini, se amplía este año con nuevas disciplinas, entre
ellas la música; la ganadora ha sido Gianna Nannini, que prepara un álbum con
textos de Elsa Morante. En la apertura del Premio, cinco actores
leerán fragmentos de las novelas de la escritora.
Un año antes de que se cumpliera el centenario se publicó un libro de homenaje, Feste per Elsa, coordinado por Goffredo
Fofi y Adiano Sofri, que incluye textos de escritores y críticos sobre la autora romana. Sellerio, Palermo, 2011.
En 2009 se editó Elsa
Morante, de Lily Tuck, una biografía
realizada por la escritora norteamericana sobre la base de entrevistas a
personas que conocieron a la autora de La
Historia. Circe Ediciones, Barcelona.
(2) Mentira y
sortilegio, novela de Elsa
Morante. Traducción de Ana Ciurans Ferrándiz. Incluye el texto A modo de prólogo, escrito por Natalia
Ginzburg en 1985. Colección de Narrativa de la Editorial Lumen. Barcelona,
junio de 2012. 1.020 páginas.
Menzogna e
sortilegio. Primera edición
italiana, 1948. Giulio Einaudi Editore, Torino. La reedición de 1994 cuenta con
una introducción de Cesare Garboli.
La novela obtuvo el Premio Viareggio.
(3) La isla de
Arturo, novela de Elsa Morante.
Traducción de Eugenio Guasta. Espasa Libros, 2004. 296 páginas. Las primeras
ediciones, prácticamente inhallables, fueron: en Argentina, Editorial Sudamericana: 1960. En España: Bruguera (1969), Planeta (1984) y RBA Coleccionables (1995).
L´isola di
Arturo. Einaudi, primera
edición italiana, 1957.
La novela ganó el Premio Strega.
La Historia, novela de
Elsa Morante. Traducción de Esther Benítez. Gadir Editorial, 2008. 692 páginas.
Anteriores ediciones: 1991 (Alianza Editorial), 1992 (Círculo de Lectores).
La Storia.
Einaudi, primera edición italiana, 1974.
Araceli, novela de
Elsa Morante. Traducción de Ángel Sánchez-Gijón. Gadir Editorial, 2008. 448
páginas. Edición de 1984 (Bruguera), en España, y del mismo año (Emecé), en Argentina.
Aracoeli. Einaudi, primera edición italiana, 1982.
La novela fue ganadora del Premio Medicis.
La editorial Gadir, a la que pertenecen la mayor
parte de la reediciones de la obra de Morante, se ha especializado en los últimos años en publicar
un amplio catálogo de obras de la literatura italiana del siglo XX traducidas
al castellano.
(4) El chal andaluz, cuentos de Elsa Morante. Edición y traducción de
Flavia Cartoni. Ediciones Cátedra, 2006. Madrid. 232 páginas.
Lo scialle
andaluso. Einaudi. Primera
edición italiana, 1963.
(5) Il gioco segreto. Racconti. Garzanti, Milano, 1941.
(6) Las
extraordinarias aventuras de Caterina,
libro de relatos para niños de Elsa Morante con ilustraciones de la autora.
Traducción de Salustiano Masó. Gadir Editorial, 2005. 142 páginas. Edición de
1989 (Alfaguara).
Le straordinarie
aventure di Caterina. Einaudi 1942/ 1959.
(7) “La palabra fresca como una rosa: autobiografía y
escritura en Elsa Morante”, de Vanna Zaccaro. Versión española de M. Dolores
Ramírez Almazán.
(8) Profanaciones, de Giorgio Agamben. Traducción de Edgardo Dobry.
Editorial Anagrama, Barcelona, 2005.
Profanazioni. Primera edición italiana de Nottetempo, Roma,
2005.
(9) Petróleo, de Pier Paolo Pasolini. Traducción de Atilio
Pentimalli. Seix Barral, Barcelona, 1993. Páginas 27 a 29.
Petrolio, primera edición italiana de Giulio Einaudi
Editore, Torino, 1992.
(10) Estos fragmentos
han sido seleccionados de las ediciones de la narrativa de Morante existentes
en España, consignadas, igual que sus traductores, en las notas 2, 3 y 4.
11. ENLACE AUDIOVISUAL:
Le stanze di Elsa: vida y obra de la escritora romana. Artículos, reseñas, entrevistas: